VUELTA DE HOJA

Hacer cuentas

Cuando un año termina y empieza otro, como es la obligación del Tiempo, que no sabemos si también tiene sus días contados, parece que existe la obligación de hacer balance. Se cuentan los muertos egregios, pero los importantes no son los que más nos importan.

Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Hay gente que se muere y gente que se nos muere. No es lo mismo. Personas notorias, acaso fundamentales, y personas que constituían nuestro fundamento. Ahora, en esas contabilidades, siempre subjetivas, aunque seamos todos objeto de ellas, se están haciendo estadísticas interesadas. ¿Cuántas personas asistieron en la madrileña Plaza de Colón a la manifestación convocada por el Arzobispado en defensa de la familia cristiana? Según a quienes les molesta que eso siga teniendo un indudable tirón, fueron sólo 165.000 personas, y según aquellos que se enorgullecen de su arraigo permanente, fueron dos millones. ¿Cómo se pueden hacer unos cálculos tan dispares? He sugerido en algunas ocasiones el método más eficaz para contar manifestantes: sumar las piernas y dividirlas por dos. El único margen de error del procedimiento se deriva del número de cojos que asistan.

No he asistido en mi vida más que a tres manifestaciones: la primera, cuando Perón nos dio trigo, y fue porque entonces no había pan y también porque entre mis escasas virtudes jamás ha estado ausente la gratitud. La segunda fue cuando lo de Tejero, ya que siempre he creído que la difícil ciencia política excluye eso de entrar a tiros en las Cortes, y la tercera cuando Málaga reclamó para museo un edificio histórico, sólo habitado por el tonto de turno gubernamental. Sólo tres manifestaciones en mi larga vida. O sea, que salgo a una cada veintitantos años. No es mucho andar y menos si te empujan. La última, que sólo he visto en la tele, no me huele bien. Más que a incienso, su aroma es de pólvora.