Opinion

Los otros secuestrados

La oportunidad brindada por la mediación del presidente venezolano Hugo Chávez para lograr la liberación de Consuelo González, Clara Rojas y su hijo Emmanuel, que hasta ayer mismo permanecían secuestradas por las FARC, se convirtió en una opción ineludible para el Gobierno de Colombia, dado que no sólo permitía acabar con el cautiverio de tres personas, si no que abría paso a la esperanza de otras puestas en libertad. Sin embargo tanto el exhibicionismo desplegado por Chávez incluso a la hora de dirigir sobre el terreno el operativo humanitario como, sobre todo, el riesgo de que la alegría del momento haga olvidar que las FARC mantienen a otras seiscientas personas bajo secuestro obligan a que la comunidad internacional contemple la iniciativa con ánimo positivo pero con las cautelas precisas para impedir que acabe exonerando ambientalmente la culpabilidad imperdonable de una guerrilla reconvertida en contrapoder narcoterrorista. Aun siendo prioritario lograr la liberación del máximo número de mujeres y hombres que hoy están en poder de las FARC resulta también imprescindible evitar que el deber humanitario asumido como propio por gobiernos y organismos internacionales se torne en una baza que, objetivamente, conduzca a las tramas que dirige Manuel Marulanda a perpetuarse en el secuestro y la extorsión, e incluso a convertirlos en instrumento de su cínica proyección internacional.

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De lo contrario lo que hoy es una noticia feliz podría acabar incrementando el dolor y la ignominia que supone que una organización armada desafíe el Estado constitucional sirviéndose del drama indescriptible que padecen decenas de personas prisioneras de tan abominable sistema de violación de los más elementales derechos humanos.