Editorial

Cooperantes en peligro

El secuestro en Somalia de la médico española Mercedes García y de la enfermera argentina Pilar Bauza, integrantes de un equipo de Médicos Sin Fronteras, volvió a demostrar ayer las difíciles circunstancias en que actúan las ONG tanto en los lugares del planeta cuya población civil se ve sometida al conflicto entre poderes armados como en aquellos países en los que la violencia de bandas actúa con amplios márgenes de impunidad. La acción humanitaria que despliegan sobre el terreno organizaciones como Médicos Sin Fronteras está orientada a atender las necesidades sanitarias y sociales más perentorias, gestionando sus siempre limitados recursos humanos y materiales de la manera más beneficiosa para la población. La posición intencionadamente neutral que mantienen respecto a la naturaleza eventualmente política de un determinado conflicto no impide su compromiso a favor de quienes más padecen en cada caso. Pero cuando la sinrazón se adueña de regiones como el Cuerno de África resulta poco menos que imposible garantizar la seguridad y el respeto que la labor desarrollada por las ONG demandan.

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La actuación de las ONG en zonas conflictivas ha de atender a los criterios de prudencia y eficacia que cada una de ellas establezca en razón de su propio cometido, al consenso más amplio que al respecto pueda alcanzarse entre las distintas organizaciones humanitarias y, cómo no, a las recomendaciones efectuadas por los gobiernos de sus países de origen y por las instancias internacionales. El esfuerzo de los profesionales y voluntarios que participan de tales misiones resulta encomiable y de un valor extraordinario. Pero en el ámbito de la ayuda humanitaria el heroísmo se vuelve en ocasiones muy poco recomendable y hasta contraproducente respecto a los fines perseguidos. Sobre todo si concurren circunstancias que pueden convertir a los cooperantes en objeto propicio para la extorsión y el chantaje banderizo. Se trata de un problema de orden moral, que obliga a cada organización a evaluar cada día en qué está contribuyendo a la mejora de las condiciones de vida de la población afectada y en qué medida sus voluntarios podrían acabar siendo presa de la codicia de los señores de la guerra. Aunque también se trata de una cuestión de eficiencia, que invita a esas mismas organizaciones a una gestión racional del riesgo que corren los cooperantes, a su necesaria capacitación para afrontar peligros, y a la revisión permanente de sus actuaciones con el fin de que éstas contribuyan realmente a socorrer, prevenir o sanar. Los dilemas son constantes, pero las decisiones corresponden en última instancia a cada ONG. Porque de la misma manera que su mera presencia en las zonas en conflicto contribuye a amortiguar los efectos de éste sobre la población, ninguna estrategia humanitaria será más eficaz que la basada en la convivencia permanente con quienes precisan dicha ayuda.