Cultura

James Brown relata su vida en un libro que se publica un año después de morir

Ni siquiera su música o su capacidad de superación lograron cambiar el funesto destino que anunciaba una infancia marcada por el abandono y las drogas, relata James Brown en su autobiografía, I feel good, ejemplo de la convulsión social de un siglo vivido en permanente posguerra y de sus consecuencias.

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Presenciar una de sus irrepetibles actuaciones sobre un escenario suponía verle exorcizar en directo sus demonios interiores, aquellos que hacían de su vida una experiencia turbulenta e imprevisible y que le dotaron de una compleja extravagancia artística hasta convertirle en un intérprete único.

Este volumen, editado en España por Global Rhythm, llega a las librerías justo cuando el martes se cumple un año del fallecimiento del legendario cantante nacido en Georgia, el estado norteamericano de la segregación racial, y supone un testimonio directo que desvela la esencia de una gloria musical que pasó por prisión después de haber ganado un premio Grammy.

La autobiografía del llamado padrino del soul o Míster Dinamita comienza con un prólogo de Marc Eliot -que ha plasmado sobre el papel la vida de otros grandes de la música como Barry White, Donna Summer y Bruce Springsteen-, para quien «la figura de James Brown en el imaginario colectivo sólo fue superada por la realidad de su persona, una mezcla perfecta de fanfarronería, grandeza y trivialidad» que conseguía emocionar al público.

Infancia marginal

La elocuencia era uno de los secretos del éxito de este icono cultural y social estadounidense, criado en un barrio marginal de Carolina del Sur en 1933 y abandonado por sus padres antes de cumplir los cinco años, cuando se mudó a la casa de su tía Honey, un gueto en donde convivía con el alcohol, las drogas y la prostitución junto con otros dieciséis niños de su propia familia que se encontraban en sus mismas condiciones.

Pocas posibilidades de futuro se vislumbraban para un niño que fue limpiabotas y jornalero en los campos de algodón antes de ganarse la vida invitando a los soldados a su propia casa para que disfrutaran de los servicios de las chicas que habitaban en ella, pero fue un innato amor por la música lo que, en parte, salvó su destino: era capaz de tocar la armónica y el piano con apenas siete años.