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El Gobierno belga transitorio acomete la reforma del Estado

Verhofstadt pide más diálogo para poner fin a la «crisis de credibilidad» institucional

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El primer ministro belga Guy Verhofstadt presentó ayer su nuevo Gobierno de transición, cuyos catorce miembros prestaron juramento ante el rey Alberto II con la solemnidad propia del caso y con la intención declarada de poner fin a la «crisis de credibilidad» institucional. Sin embargo, son muchos los que temen el comienzo ahora de una nueva crisis política con las negociaciones para la reforma del Estado, que son la clave para tratar de establecer las nuevas normas de convivencia comunitaria en este país.

Verhofstadt ha querido hacer de este gabinete una especie de prólogo del que debe sucederlo, ya con carácter definitivo, dentro de tres meses. Por eso, en el discurso ante la Cámara de Representantes que pronunció ayer por la tarde dijo pocas cosas tan claras como su advertencia de que el próximo 23 de marzo dejará de ser primer ministro y cederá el puesto al responsable de una nueva mayoría, el democristiano flamenco Yves Leterme, que juró ayer el cargo de vicepresidente.

Balsa a la deriva

El discurso de Verhofstadt para el que será su tercer Gabinete fue muy breve, apenas diez folios. La principal misión del nuevo Gobierno es encarrilar las negociaciones para formar el que debe sucederle dentro de tres meses pero ya sin necesidad de que el país parezca una balsa a la deriva. Leterme es viceprimer ministro al cargo de las áreas políticas, mientras que el liberal valón, Didier Ryenders, será también vicepresidente, encargado de los asuntos económicos.

Leterme ha vuelto a lanzar uno de sus mensajes equívocos. Igual que el día en el que preguntaron si se sabía la letra del himno nacional belga y se puso a cantar La Marsellesa, ayer fue ostensiblemente el único miembro del Gabinete que no aplaudió cuando se proclamó el Gobierno.

El Ejecutivo provisional que encabeza el líder de los liberales flamencos, formado por 13 ministros, tiene por delante, además de allanar el terreno para un Gobierno definitivo, la tarea de aprobar un presupuesto atrasado y difícil de ajustar.

«Por supuesto nuestro país no ha estado nunca exento de conflictos de ideas, valores o culturas. No es por casualidad que vivimos en el epicentro de la cultura europea», ha admitido Verhofstadt. «Pero cuando los conflictos dejan desamparada a la población, la debilitan, o incluso entrañan el riesgo de paralizarla, se debe optar por la vía que ha sido siempre el fundamento de la prosperidad belga: la vía del diálogo», dijo.