MAR DE LEVA

El nuevo carpe diem

Por un lado nos advierten (y lo notamos) que la cosa está fatal. Por otro lado nos conminan (y no podemos evitarlo) a consumir como si esto fuera jauja. Quién iba a decirnos que la Navidad iba a convertirse en el escaparate más chusco de la filosofía del carpe diem llevada al precipicio, como los lemmings esos, que dice que se descalabran en manada. Se queja el sector del jamón de que vamos a comer menos este fin de año, el marisco ha mutado a convertirse en un ser volador, pues está por las nubes, y ahora el gobierno nos dice que comamos conejo. Está claro que nos hemos vuelto todos locos.

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No me tomen ustedes por un asceta: el tamaño de mi cinturita y mi talla de pantalón les desdecirá en un plisplás de semejante observación errónea. Pero tiene mandanga que los domingos de solecito y fresco de estos meses del año las calles de nuestra ciudad (y de cualquier ciudad, tenga o no tenga los atractivos para el paseo que tiene la nuestra) estén desiertas como vamos a verlo en la película esa que nos va a venir de Will Smith (Soy leyenda), porque todo el personal está dándose codazos y carritazos en los centros comerciales e hipermercados de moda, donde para más inri la calefacción está a tope y uno sospecha que es para que sudemos neuronas y consumamos más y más caro, como dicen que hacen con los ritmos de la música que suena entre anuncios de oferta y lotes de regalo.

Aprovecha el momento. Aprovecha la oferta. Compra hoy y empieza a pagar dentro de tres meses (donde, justo, nos pondrán por delante otra nueva oferta). Y dejemos los análisis («los análese», que dicen nuestros mayores) para después de las fiestas, nueva praxis médica que no sé si pretende asustarnos ya del todo cuando veamos los resultados de las glucosas y las grasas polisaturadas, o instarnos una vez más a tirar palante al ritmo de azúcar moreno. Sólo se vive una vez, pero con letras.

Uno, que se acojonó lo suyo cuando en el año 73 nos dieron el aldabonazo de la crisis del petróleo y nos asustaron con inminentes fines del mundo y escaseces de recursos, mira la vorágine consumista que nos rodea (lo siento, tenía que escribir el tópico por alguna parte), y no doy crédito a mis ojos y mis oídos, igual que mis tarjetas de crédito, las pobres, no me dan ya más de sí aquello para lo que fueron diseñadas por un anónimo creador de trampas para incautos. ¿Recuerdan cómo nos llevamos las manos a la cabeza porque subió la gasolina? ¿Cómo nos cambiaron la hora solar por esa hora concertada y absurda porque se ahorraba (no sé quién) una pasta gansa a costa de nuestros madrugones? ¿Recuerdan cómo de pronto pareció que íbamos a volver al quinqué y las cartillas de racionamiento?

Sin duda que lo recuerdan, como lo recuerdo yo. Pero no recordarán qué pasó para que de pronto toda aquella filosofía estoica de controlar el consumo energético pasara a mejor vida. Porque la cosa no se arregló, y la gasolina sigue imparable, los precios nos desbordan a los diez días de empezado el mes, y seguimos quemando recursos eléctricos como si aquí nos sobrara de todo.

¿Cuánto gasta nuestra sociedad de consumo, occidental y materialista, en lucecitas de colores encendidas ahora sí ahora no ahora sí ahora no a toda mecha durante casi un mes, y en todo el mundo? ¿Qué gasto tienen esos horribles arbolitos de Navidad que ahora son conos espantosos que parecen cualquier cosa menos un abeto y que cortan el paso en nuestras plazas? Me da que visto desde el espacio, en estos días, nuestro planeta debe ser una gigantesca bola de navidad que se enciende y se apaga y se consume y se arruina a sí misma, como si no pasara nada. Cuando se funda, veremos quién busca el recambio.