Opinion

Menú europeo poco revuelto

En otros tiempos, maestros del paladar y de la pluma como Xavier Domingo o Néstor Luján enseñaban al lector español a bien comer. La literatura gastronómica ha perdido fuelle. Penetra el jamón ibérico en los mercados globales y los vinos españoles ganan prestigio pero la oferta mundial está en evolución permanente y la competencia es atroz. Hay experimentos para todos los gustos y algunos grandes platos de la cocina italiana, francesa o española están perdiendo su antigua y sólida identidad. Incluso los japoneses se adaptan al minimalismo aunque los chinos, menos. En ese capítulo de oferta y demanda, la revista Eurotopics repasa los ingredientes del menú europeo. Por ejemplo: los últimos incendios en Grecia han perjudicado mucho la aceituna. Después de España e Italia, Grecia es el tercer productor de aceite de oliva. Mientras tanto, en la Europa oriental se ha desencadenado la guerra de las salchichas. Polacos, checos y eslovacos pugnan por imponer sus productos. La salchicha es, en tales ocasiones, una cuestión de Estado. Eso traspasa fácilmente las fronteras nacionales y se desplaza a Bruselas como foco de discordia.

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Todos los socios europeos pretenden imponer sus productos en el gran mercado. Es una pugna incesante que en no poca medida da más y mejores opciones al consumidor. Así catamos el chocolate belga o los tomates malteses. En eso interviene la publicidad y, en no menor medida, la propaganda. Malta busca como sea exportar sus tomates. Ya tiene clientes en Holanda. Hay que tomar posiciones para cuando se reforme, si eso ocurre efectivamente, la Política Agrícola Comunitaria. Los malteses, pocos pero pugnaces, venden con tesón sus tomates, el brécol y los pepinillos.

En materia de quesos, la oferta casi aturde. Súbitamente lo vemos en los supermercados. Ahora está a punto de aparecer un queso de oveja polaco, el Oscypek, elaborado en tierras de Cracovia. Pero un enconado contencioso por la denominación de origen del Oscypek enfrenta a Varsovia con Eslovaquia. Cada parte pretende tener el queso de oveja más homologable. En cuestión de paladar, el nacionalismo cuenta lo suyo. Es la tradición al servicio del interés comercial: llamémosle interés nacional. La agricultura polaca es una pieza clave en la recomposición de la Unión Europea después de la ampliación a veintisiete socios. Hay mucha patata en Polonia.

Países de tamaño menor que mediano compiten con toda la imaginación de que son capaces. Austria va más allá de la gloriosa sachertorte inventando un pastel que quiere ser una síntesis europea. Consta de veinticinco capas, entre ellas el granulado de chocolate holandés, la confitura británica de naranja amarga, los huevos a la vodka letona o el pastel portugués.

Según Eurotopic, en el capítulo de bebidas reaparece la Cockta que imperó en la Yugoslavia de Tito, una suerte de zarzaparrilla eslovena que quiso emular infructuosamente el imperio de la Coca-Cola norteamericana. Extraña nostalgia del socialismo real: a los yugoslavos todavía les gusta tomarse una Cocota convenientemente fría. Habrá que ver si se sigue bebiendo en el Kosovo que merodea por los preámbulos de la independencia. En ese capítulo, la vodka finlandesa también tiene sus problemas con el Parlamento Europeo porque los eurodiputados han decidido que la vodka pueda elaborarse a partir de productos que no sean los cereales y las patatas, mientras que otras bebidas alcohólicas siguen regidas por la exigencia de pureza. La prensa finlandesa sale en defensa de la vodka nacional argumentando que nadie se atrevería a tolerar que el whisky se elaborase con remolacha. Está el menú europeo ligeramente revuelto.