Opinion

Rebajas europeas

En una atmósfera bon enfant, como dicen los franceses, los líderes al completo de la Unión Europea dieron por cancelado el proceso complejo y en algunos momentos ominoso de dotar al invento de una Constitución, tan anhelada, trabajada, discutida, rechazada y finalmente enmendada.

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La Constitución que holandeses y franceses dinamitaron con su no en los referendos de 2005 ha sido objeto de una redimensión a la baja que tiene el mérito de reunir el mínimo común disponible en una Europa a veintisiete que podría bordear la ingobernabilidad. Mantiene la esencia del trabajo, pero lo simplifica y viabiliza.

Tras los meandros verbales y las necesidades rituales se oculta, taimada, la política: la Unión Europea que resulta es, sencillamente, la que puede ser, pero queda muy lejos de lo que, con seguridad, idearon sus fundadores tras la II Guerra Mundial. Los mecanismos para salvaguardar lo que es de hecho el poder de decisión de cada Estado en cuestiones clave son la base de esta afirmación.

Así, seguirá siendo necesaria la unanimidad en cuestiones de defensa, fiscalidad y seguridad social es decir, en las opciones políticas sobre alianzas militares y modelo social. Asimismo, la 'doble mayoría' se exigirá para la adopción de otras muchas decisiones.

Lo sucedido confirma que la UE es, y seguirá siendo, un fantástico y dinámico espacio económico y un mercado único, hasta el punto de que su éxito principal es la creación y consolidación del euro (que los británicos tampoco aceptan, enamorados como están de su esterlina), cuya fortaleza frente al dólar es hoy el orgullo de los europeos.

Sin embargo, el nuevo Tratado Constitucional, muestra sus limitaciones: el peso de las tradiciones nacionales, la agenda de cada país en su vecindad histórica y el gusto popular al respecto, han hecho imposible crear una superpotencia política, tarea que, por lo demás, se hizo inviable con la ampliación desconsiderada desde los quince a los veintisiete.