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Lisboa alumbra una nueva Europa

Los Veintisiete firman en la capital portuguesa el tratado que pone fin a la parálisis política de la UE, aunque el texto aún debe ser ratificado

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El claustro de una de las joyas arquitectónicas de Portugal fue ayer un escenario de lujo para un acontecimiento histórico que algunos consideran el nacimiento de una nueva Europa. El Monasterio de los Jerónimos acogió la firma del Tratado de Lisboa por parte de los Veintisiete socios comunitarios, lo que pone fin a la parálisis política que ha vivido la UE tras el fracasado proyecto de la Constitución.

Uno a uno, los líderes europeos -faltó el primer ministro británico, Gordon Brown, que se incorporó tras el almuerzo- fueron estampando su firma en un documento que pretende agilizar el proceso de decisiones tras la incorporación de doce nuevos miembros y afrontar con éxito la globalización.

Fue una ceremonia emotiva y simbólica, realizada con mucho detalle por la presidencia de la Unión, que tantos esfuerzos ha hecho para que el acuerdo del tratado de la reforma saliese rubricado de la capital lusa. Las caras del primer ministro portugués, José Sócrates, y del titular de Exteriores, Luis Amado, eran claro reflejo de la satisfacción de haber contribuido a impulsar en el parado proyecto y dejar de nuevo el nombre de Lisboa grabado en la memoria de los europeos.

En su discurso de apertura de la ceremonia, Sócrates resaltó «la voluntad de los líderes políticos y la confianza que siempre manifestaron en el desarrollo del proyecto europeo», elemento esencial para que la firma del tratado haya tenido lugar. El dirigente luso mencionó el empeño de la canciller alemana, Angela Merkel, «sin la que no habría sido posible recorrer este camino». El trabajo de la dirigente de la CDU fue reconocido por el resto de líderes, que valoraron su esfuerzo para alcanzar un acuerdo durante su presidencia. Para responsable de la Comisión Europea, José Manuel Durao Barroso, con este tratado «Europa debe enfrentar numerosos desafíos, tanto internos como externos, y nuestros ciudadanos quieren resultados».

Pero el texto aún debe pasar la prueba en la que naufragó la Constitución, que también fue firmada en octubre de 2004 en Roma y luego no logró sobrevivir al rechazo en los referendos celebrados en 2005 en Francia y Holanda, pese a haber sido ratificada por dieciocho países, entre ellos España.

El recuerdo de ese fracaso estuvo presente a la hora de ratificar el tratado, que se pretende que esté concluido a finales de 2008 para que entre en vigor en enero de 2009. La práctica totalidad de los socios de la UE parece que lo harán por tramite parlamentario, con la excepción de Irlanda que, por ley, debe someterlo a referéndum.

Ayer, Bélgica fue el primer país en rubricar los dos libros que recogían el acuerdo del tratado. Los jefes de Estado y de Gobierno y los ministros de Exteriores fueron los encargados de protagonizar este acto simbólico en el que España fue llamado a hacerlo en noveno lugar. Poco antes, José Luis Rodríguez Zapatero aplaudió con energía la interpretación del 'Himno de la alegría' por el coro de niños de la Academia Popular de Lisboa.

En su turno, el presidente francés, Nicolas Sarkozy, estuvo acompañado por su primer ministro y por el jefe de la diplomacia gala. Tres gobernantes en un escenario preparado para dos, y en el que hubo algún momento de desconcierto, al igual que en el turno de Polonia, cuando su jefe de Estado, Lech Kaczynski, no firmó.

Sarkozy llegó al acto con una sonrisa radiante y se saltó los protocolos al hacer declaraciones a la prensa. «Necesitamos a Gordon Brown», fueron las palabras de inquilino del Elíseo cuando fue interrogado por la ausencia del primer ministro británico. Aseguró que Francia, «que estuvo fuera de Europa durante años, necesita retomar su papel, eso es lo importante».

El retraso de Brown se debió a su comparecencia en la Cámara de los Comunes, a primera hora de la mañana, por lo que la firma de Reino Unido, en último lugar, fue realizada por el titular de Exteriores, David Miliband. El 'premier' británico se unió al resto de líderes en el Museo de los Carruajes, donde tuvo lugar una comida oficial. En una de las salas adyacentes sumó su rúbrica a la de los demás dirigentes comunitarios.