Opinion

Ofensiva consumada

Las temibles amenazas de Al-Qaeda contra el Magreb islámico se materializaron ayer en dos crueles atentados consecutivos que sembraron las calles de Argel de víctimas, en un desolador recuento que variaba entre los 22 fallecidos reconocidos por el Ministerio de Interior y los al menos 65 contabilizados por los servicios sanitarios que atendieron, además, a un centenar largo de heridos. El sexto atentado perpetrado en suelo argelino en lo que va de año, también un fatídico día 11 tras los ataques cometidos en la misma fecha de abril y julio, confirma el recrudecimiento de la violencia desde que en septiembre de 2006 el Grupo Salafista para la Predicación y el Combate se incorporó a la rama de Al-Qaeda en el Magreb. La capacidad demostrada para burlar las medidas de seguridad, provocando el pánico y la destrucción en una de las zonas mejor protegidas de Argel, obliga a reaccionar comprometidamente ante un desafío de primer orden para Europa y Occidente en su conjunto, pero también para el mundo árabe desligado del fanatismo violento.

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El atentado de ayer apela, de hecho, tanto a la concienciación de la comunidad internacional sobre el riesgo que supone para la seguridad colectiva la infiltración del radicalismo de Al-Qaeda en un territorio situado a las puertas de la UE, como a un combate decidido dentro de la propia sociedad argelina para tratar de erradicarla. El señalamiento como objetivo de las organizaciones dependientes de la ONU pone de manifiesto que las tramas terroristas tratan de atemorizar y neutralizar a quienes desarrollan su labor a favor de la paz y el desarrollo económico, enemigos de la intolerancia violenta. Una evidencia que, lejos de provocar el menor desistimiento, ha de llevar a una mayor profundización en la cooperación policial internacional, en la ayuda al desarrollo y en el apoyo a los movimientos democratizadores en el seno del Magreb. La proximidad de un área con la que nos unen lazos culturales y una convivencia histórica obliga singularmente a España a implicarse en el futuro de sus vecinos del Norte de África, reforzando al tiempo los controles para evitar que la porosidad de la frontera facilite el tránsito y las labores de proselitismo de los seguidores de Bin Laden. Pero son ante todo las propias comunidades islámicas las que deben sentirse concernidas en la depuración policial, judicial y social de aquellos grupos que buscan subvertir el orden instituido en nombre de la guerra santa.