OCURRENTES. Dos de los actores de un grupo sin etiquetas, en plena interpretación. / LA VOZ
Cultura

'La memoria del vino' propone un «viaje sensorial a través del camino de la uva»

Las Naves del Español, en el antiguo Matadero madrileño, acogen desde ayer el nuevo montaje del Teatro de los Sentidos, una singular compañía colombiana

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La memoria del vino. Un título sugerente para la nueva propuesta de la compañía Teatro de los Sentidos, que nació en Colombia hace quince años y desde hace un tiempo desarrolla su trabajo en Barcelona. La memoria del vino, subtitulada Los juegos de Dionisio es, según explica su creador, Enrique Vargas, «una experiencia para sentir la unidad de la vida y la muerte a través del camino de la uva». «Lo que proponemos al público -dice Vargas-, es un viaje. Fernando Pessoa decía que 'viajar es sentir', y eso es lo que queremos, que el público sienta... y juegue. Un buen juego es siempre algo muy serio. Y en todo buen juego hay un misterio. Y es la búsqueda de ese misterio lo que está presente en el espectáculo».

La memoria del vino lleva al espectador a viajar desde la vendimia hasta la degustación y la celebración final. «Trabajamos -dice el creador- consecutivamente las poéticas de la curiosidad, del asombro, de la sorpresa, y luego de las pruebas».

Descalzos

Los veinte componentes de la compañía son los habitantes del recinto en el que los espectadores-viajeros-invitados (únicamente ochenta por función), han de entrar descalzos y dejarse llevar durante dos horas por los sentidos: probarán la uva, la pisarán, olerán el mosto..., en una fiesta en la que participan únicamente quienes quieran. «No se obliga a nadie a nada» -advierte Enrique Vargas-. «A mí me molesta mucho ese tipo de teatro en el que te obligan a subir al escenario. ¿Ese no es el trato! Me molesta que me obliguen a nada. Así que aquellos que únicamente quieren observar también pueden hacerlo. Al final se propone una fiesta y un baile».

La vendimia es la primera de las etapas de un recorrido que se desarrolla en la penumbra de una feria de ensueño. «La oscuridad despierta al resto de los sentidos -dice Vargas-; y una vez que se descorre la negra cortina y se penetra en el poblado, comienza la relación de los habitantes con el fantasmagórico espacio».

Todo empieza cuando Dionisos, el dios del vino, se niega a compartirlo con los mortales, Allí empieza el juego, en el que el público irá descubriendo a extraños personajes, experiencias y juegos, «donde nada es lo que parece ser y donde detrás de cada rincón puede surgir lo inesperado». Los espectadores, los viajeros, son los verdaderos protagonistas de este periplo, que Vargas califica de reto. «Nosotros somos simplemente los habitantes de un imaginario al que el público entra». En el fondo, asegura, «esto es un pretexto para tomarse un vino con los amigos», ríe Vargas. «Es un espectáculo -añade-, hecho desde el deseo y el placer, que busca una ebriedad no necesariamente alcohólica para así arriesgar y jugar a ser otro».

Naturalmente, el éxito de la función depende en buena manera de la actitud de los espectadores. La compañía ha tenido la oportunidad de probar al público madrileño en otras ocasiones y en alguna función previa. Según Vargas, «el público de aquí es más lanzado que el de otros lugares como Francia o Alemania, donde hemos estado anteriormente; la gente se entrega más», concluye.