Cultura

Feliz reencuentro

Tras una larga enfermedad, el escocés Edwyn Collins regresa con un disco repleto de sabores amargos transcritos con esperanza

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A Girl Like You es una de esas canciones que son recordadas al instante por determinado público adulto cuando empieza a sonar, por ejemplo, en esa emisora de radio que tiene nombre de beso o en la consulta del dentista. Pero pocos serán capaces de adivinar el nombre del intérprete. Y aún menos, los eruditos que estén al tanto de la trascendencia del mismo como icono de culto de la escena pop británica. Desgraciadamente, Edwyn Collins (Edimburgo, 1959) no pasa de ser, a niveles de superficialidad popular mediática, el artífice de un solo éxito (one hit wonder que dicen los anglosajones), pero para los auténticos aficionados es bastante más que eso.

Para empezar, no se entiende el hablar del pop escocés, término que ya se ha convertido en genérico cuando se repasa la música anglosajona durante las tres últimas décadas, sin hacer referencia a Collins como uno de sus precursores. Desde los primeros singles que grabara para el sello Postcard Orange Juice, la banda fundada por Collins hacia 1976, las composiciones de éste siempre se han caracterizado por saber casar las influencias afroamericanas con arreglos modernistas nada forzados en pos de una naturalidad atemporal, como revelan los insuperables cortes incluidos en You Can't Hide Your Love Forever (1982) o The Orange Juice (1984), los dos títulos más notables de la corta carrera del zumo de naranja. Ese ejemplar pop soul blanco que el músico escocés impulsara desde su grupo fue después alimentado con mayores dosis de elegancia dinámica en sus dos primeros discos en solitario, Hope And Despair (1989) y Hellbent On Compromise (1990), hasta llegar al definitivo Gorgeous George (1994), álbum donde se incluía la exitosa A Girl Like You.

Después llegaría de nuevo un periodo sombrío, durante el que registraría dos álbumes sin apenas repercusión popular -I'm Not Following You (1997) y Doctor Syntax (2002)- y seguiría produciendo algunos discos para bandas del sello Setanta, como The Frank and Walters y The Divine Comedy, o el precioso debut de los irlandeses Hal, a la vez que se enfrascaba en la composición de nuevas canciones para un nuevo trabajo personal hacia el invierno de 2004. Fatalmente, dos hemorragias cerebrales sufridas en febrero de 2005, seguida de una infección hospitalaria, conducirían a Edwyn Collins a una terrible lucha por la supervivencia que duraría casi un año. La larga convalecencia lo mantendría inactivo durante una buena temporada hasta que, una vez recuperado, pudo acabar de mezclar el disco a principios de este año.

Home Again (Heavenly-EMI, 2007) refleja, como anuncia el título, esa reconfortante vuelta al hogar en canciones con letras insólitamente proféticas -fueron escritas antes de la enfermedad- articuladas definitivamente con el entusiasmo de la recuperación. Quizá por eso, las mezclas del álbum comunican más viveza que de lo habitual en sus discos. Aunque no esquive ese cautivador halo de fervor melancólico que le caracteriza, Collins se arma de esperanza contra las inconveniencias individuales y globales sincerándose en canciones afectadas y afectuosas, que lo mismo invocan a la nostalgia de sus años de adolescencia que se esfuerzan en escrutar el presente con un ojo crítico nada indulgente. Asistido por repuntes de folk cruzado de satinados arreglos de soul y pop permeables, Home Again termina siendo un plácido reencuentro que logra transmitir candidez y la misma serenidad que la contemplación de un océano en calma. Aunque exista mar de fondo.