TRIBUNA

El debate sobre el cambio climático se ha acabado

En 1988 se constituyó el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC, en inglés). Su cometido era el de hacer evaluaciones sobre la ciencia del cambio climático, sus posibles impactos y las opciones para poder evitarlo. El IPCC está formado por científicos que son elegidos independientemente de su afiliación, que actúan con independencia de gobiernos o grupos de presión. Los científicos redactan sus informes según sus conocimientos y los someten a la revisión de sus pares; esto es, de otros colegas de todo el mundo. Una vez reexaminados sus escritos, se los trasladan a los gobiernos, que, a su vez, tienen total libertad para asesorarse y proponer las enmiendas que consideren y la ciencia avale. Tras ser revisados una y otra vez los borradores de los informes, se preparan resúmenes con las principales conclusiones y éstos se someten a la aprobación en la ONU mediante un proceso extremadamente exigente, por el que los gobiernos del mundo, de forma unánime, han de refrendarlos. Una aprobación que es condición sine qua non para que vean la luz y que se efectúa frase a frase, conclusión a conclusión, mensaje a mensaje.

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Invito al lector a que se detenga un momento a pensar lo que supone ese nivel de exigencia para que un informe del IPCC sea aprobado. A nadie se le escapa la multiplicidad de intereses, sensibilidades y formas de proceder de los muy diversos gobiernos del mundo. Someter algo a su aprobación unánime supone que difícilmente será refrendado nada que no obtenga el respaldo más sólido posible por parte de la ciencia del momento, sin que sea contestable. Sin duda, este procedimiento es extremadamente conservador, pues sólo lo irrefutable será aceptado como guía para la acción de los gobiernos del mundo. Es un procedimiento de mínimos. Pero esos mínimos constituyen un valor precioso para todos, pues van a resistir cualquier comentario, cualquier crítica por parte de quienes estén versados en la materia. No digamos de aquéllos que no lo están. Cualquier gobierno hará bien en usar estos informes como guía para planificar sus decisiones de futuro. Y, desde luego, cualquier ciudadano hará bien, muy bien, en exigir a quien le gobierna que lo haga, y en demandarlo si sufre las consecuencias de su incumplimiento.

Durante este tiempo, el IPCC ha producido cuatro informes, cada uno de ellos más preciso, más cargado de información científica incontestable, más contundente acerca de un problema de gran magnitud, de difícil pero posible solución, de grandes consecuencias para la humanidad y el planeta. Precisamente, acaba de aprobarse el cuarto informe de evaluación. Sus mensajes no pueden ser más rotundos: el calentamiento del planeta es inequívoco, está causado por la acción humana -esto es, por las emisiones de gases de efecto invernadero-, ya ha tenido consecuencias apreciables sobre muchos sistemas físicos y biológicos, va a seguir ocurriendo a tasas aceleradas si no lo detenemos, y sus efectos los sufrirán millones de personas y todos los ecosistemas y organismos del planeta. La cantidad de gases existentes en la atmósfera seguirá ejerciendo su efecto durante las siguientes décadas y, aunque las detuviésemos ahora, habría que aprestarse a estar preparados para un calentamiento adicional durante este siglo de magnitud casi similar al que ya hemos experimentado. Lo que significa que hay que hacer planes de adaptación para lo que nos espera, al tiempo que nos disponemos sin pausa a frenar el cambio reduciendo las emisiones. Pero el IPCC también lanza un mensaje de esperanza, ya que calcula que afrontar el problema e intentar detener las emisiones, sin que superen unos límites que podrían hacer irreversibles algunos de los cambios que se proyectan, supondría un pequeño coste realizable.

Veinte años es mucho tiempo. Demasiado para aquellas cosas que cambian con rapidez. Excesivo para aquellas otras que requieren decisiones para evitar males importantes para la humanidad y el planeta. Y, sin embargo, han sido necesarios no ya para avanzar en la ciencia, sino para poder observar, medir y cuantificar que aquello que se empezó a predecir en el primer informe de 1990 ya se está produciendo o se ha producido. Hace veinte años, la ciencia era sólida, como ahora se ha terminado demostrando. Durante este tiempo se ha requerido a la ciencia que, antes de que los gobiernos se pusiesen a actuar con determinación, demostrase algo que, en parte, sólo el tiempo podía hacer: constatar que el cambio estaba ocurriendo. Una gobernación ambiental del mundo guiada por el principio de precaución no lo habría permitido. Es como si hubiésemos tenido que esperar a que el hombre fuese a la Luna para, en el camino, volver la vista atrás y verificar que la Tierra giraba alrededor de sí misma, por más que hace 500 años Galileo ya lo había demostrado científicamente sin viaje alguno.

Demostrada la mayor, que la Tierra se ha calentado y que no podemos explicarlo con fundamento científico si no tenemos en cuenta la acción humana, el debate ha concluido. El cambio climático está aquí. La tertulia puede continuar, pero el debate científico está cerrado. Puede que alguno siga insistiendo en que es el Sol el que da vueltas alrededor de la Tierra. Pero, por más que insistan, como decía Galileo, aquella «se mueve». Los lectores harán bien en no dar crédito a quienes siguen discutiendo, basándose en supuestos científicos que no están sometidos al rigor de una evaluación similar a la del IPCC. Y, como no hay nada equivalente, lo mejor es que presten atención, toda la atención, a lo que este grupo de expertos viene diciendo en sus informes. No en vano, por ese rigor y transparencia ha contribuido como nadie a evitar este conflicto entre el hombre y su planeta, o eso esperamos, hasta hacerle acreedor del Premio Nobel de la Paz. Efectivamente, paz con el planeta es lo que necesitamos ya que hemos venido agrediéndolo con intensidad inusitada, como nunca antes especie alguna pudo hacer. Ha llegado la hora de deponer las armas y reconciliarnos con esta casa común que nos acoge para que todos vivamos mejor y en paz. Que nadie se llame a engaño: como en todo conflicto, los que más sufren son aquellos que parten de peor posición. El punto de no retorno sobre el debate acerca del cambio climático ha quedado establecido en Valencia. Esta cita y el cuarto informe del IPCC serán una referencia histórica, abriendo la puerta a la acción que inevitablemente debe seguir a la constatación de que el hombre ha cambiado nada más y nada menos que el clima de su planeta.