Opinion

La Tierra que nos sostiene y nos nutre

En mi opinión, para abordar los delicados y complejos asuntos de la conservación de la naturaleza y del desarrollo sostenido de la economía, deberíamos hacer un esfuerzo por evitar el uso de argumentos oportunistas a favor de opciones ideológicas y de programas políticos partidistas. En estos temas, como en otros que nos afectan a todos de una manera perentoria, sería razonable que pensáramos conjuntamente y que actuáramos de forma coordinada. Sería recomendable que, por ejemplo, analizáramos el discurso de Al Gore, Premio Nobel de la Paz y Premio Príncipe de Asturias de Cooperación 2007, prescindiendo de prejuicios circunstanciales que no fortalecen ni debilitan los argumentos que sostienen su tesis y que alientan la lucha contra el calentamiento global.

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Si es cierto que tenemos conciencia de que el cambio climático que está sufriendo el mundo es una amenaza para nosotros y para nuestros descendientes, deberíamos, tras escuchar a los científicos, reflexionar, alcanzar consensos y elaborar programas que paliaran el «progresivo» deterioro de nuestro globo, a partir de un hecho indiscutible: el futuro, en gran medida, depende de nosotros.

Hemos de tener claro que la Tierra es, no sólo el suelo en el que nos apoyamos, sino también la sustancia que nos nutre, esa operación que como enseña la filosofía oriental -y el sentido común- es la primera, la primaria, la básica, la más enraizada, aquélla en la que nos encontramos inmersos, incluso antes de nacer y de respirar. El profesor de la Universidad de París 7, François Jullien nos explica cómo, al igual que el más pequeño de los animales que repta por el suelo y que la más diminuta de las plantas, nosotros también hemos comenzado a alimentarnos con los productos de esta Tierra de la que ni siquiera podemos soñar en despegarnos. En mi opinión, deberíamos tener en cuenta, además, que esa Naturaleza también es el depósito que proporciona los alimentos básicos para nuestro espíritu. Por muy cursis que nos resulten estas palabras, el hecho cierto es que las altas montañas, los inmensos océanos, los caudalosos ríos o los cristalinos arroyos constituyen las fuentes de inspiración de los poetas, de los músicos y de los pintores, y la permanente invitación para que disfrutemos todos los que, extasiados, tenemos la posibilidad de contemplarlos.

Creo que no exagero si afirmo que, maltratar a la Naturaleza es condenar a muchos de nuestros conciudadanos y a nuestros hijos a la pobreza corporal y a la miseria espiritual. En mi opinión, no deberíamos calificar de catastrofismo el hecho de denunciar el costo de un sistema irracional de explotación de la naturaleza y de las personas, al que nos empuja el consumismo desenfrenado. ¿Piensan ustedes que es demagogia reconocer que la naturaleza está permanentemente agredida, y que la integridad y la diversidad de formas de vida -sostén de la biodiversidad- están amenazadas?

Los ataques a nuestro planeta son, sin duda alguna, una agresión, no sólo a un territorio, sino también a la vida humana individual, a la convivencia social y al disfrute cultural: una amenaza a nuestra geografía, a nuestra historia y a nuestros monumentos más nobles. Si pretendemos sobrevivir, no tenemos más remedio que trabajar por la preservación de la diversidad biológica y cultural, por la integridad y por la belleza de los sistemas ecológicos y humanos. Ésta será la única manera de asegurar, en la medida de lo posible, el sustento y la nutrición de nuestro cuerpo y de nuestro espíritu.