Cartas

Al Gore

Un nuevo y moderno presocrático revestido de virtudes connaturales está llenando las palestras y ágoras públicas. Su misión no es otra que salvar al mundo de una posible catástrofe originada por el propio hombre. A diferencia de Empédocles, Al Gore no tiene categoría divina, es mortal y como tal habla sin influencia divina, aunque no exento de conocimientos.

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Al Gore, además de tener ese talante que le caracteriza de hombre afable, elegante y cordial también hay que sumarle otra cualidad no menos importante, yo diría que incluso la más importante de todas y que no es otra que su capacidad oratoria y persuasiva frente al auditorio, sin importarle la categoría intelectual de los asistentes. En resumidas cuentas, sabe como dirigirse a ellos.

Sabemos que, al igual que Protagara, cobra cara sus conferencias, en concreto unos 175000 dólares. Este «profeta ecologista» las verdades las cobra cara y mas si son incomodas. También se dice que su recibo de la luz asciende a más de 1000 euros al mes y el gasto del gas a más de 800. Todo eso sin contar otros tipos de contaminaciones que conlleva una fortuna como la suya.

El discurso de Gore es un discurso abierto y dirigido especialmente a los países más desarrollados, más ricos, o sea, más contaminantes. Lo que no habla es de los ciudadanos más ricos y contaminantes. Sus motivos tendrá.

Claro que estos pueden permitirse el lujo de ser ecologistas sin renunciar a sus privilegios y al mismo tiempo quedan como santos.Yo digo como decía Sócrates a Protagara «como puedes enseñar las virtudes si tu mismo no eres capaz de decir que es la virtud. Gore habla de verdad, de ética, de moral pero sabe acaso su significado a que verdad se refiere a la suya.

El mundo está necesitado no sólo de un cambio ecológico sino social, la mentalidad consumista de los países desarrollados o en vías de desarrollo no creo que favorezca el discurso de Gore y menos cuando este no da ejemplo.

Decía un filósofo que «no solo hay que ser bueno sino además parecerlo»

Manuel Jesús Redruello Míguez. San Fernando.