CRÍTICA DE TV

'Shark'

FLa Sexta tiene en su parrilla, los jueves por la noche, una buena serie americana que se llama Shark. Dicen de ella que es la mejor serie de abogados que hay en pantalla, y es verdad: primero, porque es buena; además, porque no recuerdo que haya otra. Shark es un producto de la CBS firmado por Ian Bierderman, más conocido como guionista, y Brian Grazer (el productor de El código da Vinci). Su protagonista es James Woods. La acción transcurre en Los Ángeles. La serie ha sido promocionada como el House de los tribunales, porque el fiscal Shark es un tipo maleducado y faltón y tiene un drama personal detrás.

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La filosofía del personaje se asienta sobre unos principios muy llamativos: «Un juicio es la guerra y perder es la muerte; ganar es lo único que importa»; «en un juicio con jurado sólo hay doce opiniones que importan y la tuya no es una de ellas»; «vuestro trabajo es ganar, la Justicia es cosa de Dios». La de Shark es la típica idea de la Justicia que, en los Estados Unidos, lleva al ciudadano común a coger un fusil y liarse a tiros contra todo lo que se mueve. Si lo único que importa en un juicio no es que sea justo, sino ganar, y si toda verdad es relativa (o sea, que no hay verdad) y sólo vale la que «funciona», es decir, la que te permite convencer a un jurado, entonces el tipo que tenga el infortunio de caer en un tribunal se va a encontrar a expensas de la mayor o menor habilidad técnica de una casta de escribas (y fariseos) sin garantía alguna de que el bien se imponga sobre el mal.

La misma razón por la que la civilización técnica conduce al nihilismo: antepone la eficacia a la ética, de manera que la vida se hace insoportable, donde toda insurrección queda justificada. Por supuesto, ese planteamiento de Shark podría entenderse también como una sutil (¿?) crítica al sistema americano. Pero no lo creo, porque los personajes de Shark siguen ese nihilismo de la relatividad jurídica. Y este es también el punto que desautoriza cualquier comparación de House con Shark, porque en House, por muy subversivo y amargo que sea el protagonista, el objetivo es la curación.