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Londres y París abren la pugna por la presidencia del Consejo

Una de las figuras claves de la reforma institucional aprobada por la UE es la del nuevo presidente del Consejo Europeo, que ocupará una personalidad a tiempo completo por un periodo de dos años y medio renovables sólo una vez.

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Independientemente de las incógnitas, no resueltas aún, que despierta el encaje de este cargo en la estructura de representación de la UE, en la que tienen ya silla el presidente de la Comisión y el alto representante para la PESC -Javier Solana-, comienzan ya a barajarse nombres para el puesto. Ayer, en la cumbre comunitaria, Nicolas Sarkozy hablaba informalmente de la idoneidad para el cargo de Jean-Claude Juncker, el primer ministro luxemburgués, mientras que el premier británico, Gordon Brown, cantaba las excelencias de Tony Blair. Se trata de globos sonda lanzados por figuras políticas relevantes para testar su impacto en la opinión pública y en los medios decisorios europeos, porque ni Juncker ni Blair reúnen ahora las condiciones para ocupar semejante responsabilidad. Juncker es, por encima de todo, el jefe de Gobierno de su país, en donde goza de una reputación magnífica.

Para ocuparse de la política europea tendría que abandonar la luxemburguesa, y ya puso pegas en su día cuando se le propuso asumir la responsabilidad de presidente del Eurogrupo, puesto que actualmente ocupa. En cuanto a Blair, no son sus dotes políticas las que fragilizan su candidatura; ni siquiera el papel que ha desempeñado en la guerra de Irak.

El problema del ex primer ministro británico es que procede de un país euroescéptico, que no cree en la construcción europea y cuyo devenir intenta controlar en beneficio propio. Y Reino Unido, además, no forma parte de la moneda comunitaria. ¿Cómo ha-bría de presidir la Unión alguien que no lleva el mismo dinero que los demás en su bolsillo?