Calderón sabe que está ante su gran oportunidad. / O. CH.
Contraportada

Antonio Calderón La hora de los valientes

Hijo del mejor Cádiz Club de Fútbol, está destinado a ser uno de los padres del futuro de la entidad, sobre todo porque no hay muchas personas dispuestas a dar el paso, tan pequeño pero trascendente, de gritar: «Aquí estoy yo para lo que haga falta». Antonio Calderón creció en aquella ciudad decadente pero divertida de los 80, que se sacudía el gris de la dictadura e inauguraba bares cada fin de semana con la limpieza de los inocentes.

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En ese ambiente feliz de los ahora cuarentones, se crió en Zaragoza (la calle, no la ciudad) hijo de un médico y entre hermanos que compartían su pasión por el fútbol. Mientras pulía su zurda de orfebre en San Felipe Neri, los entrenadores de la cantera se fijaron en él para invitarle a participar en la mejor generación que haya dado la factoría cadista (Jose, Cortijo, Villa, Raúl Procopio, Kiko, Barla, Quevedo, Arteaga... todos con meses de diferencia en el nacimiento). Paseaba, entonces, por varios institutos de Cádiz una carpeta llena de fotos de jugadores del Barça de Cruyff que anticipaban ya su buen gusto balompédico.

En cuanto aquel equipo amarillo necesitó de gente nueva para sobrevivir en Primera y mantener sus cuentas saneadas, subió a la primera plantilla. Por aquel entonces, subían cinco futbolistas por temporada. Antonio fue uno de los que aprovechó la ocasión. Nada más estrenarse, se mostró como uno de esos volantes zurdos algo lentos pero de pase certero, regate útil y gol ocasional. De hecho, su nombre está inscrito como titular en el conjunto que mejor clasificación alcanzó nunca en la historia del Cádiz.

Esas virtudes las paseó luego por equipos como el Rayo Vallecano, el Mallorca o el Lleida para completar una gran carrera profesional. Lejos de vivir de las rentas, los pisos, la limosna o la memoria, se arriesgó con una aventura escocesa que le redondeó como jugador y le fogueó como entrenador. Una vez forjado, regresó a Cádiz para empezar desde abajo. Ahora que vienen mal dadas, hay que recurrir a él y todavía no se le ha escuchado un lamento. Si acaba entrenando al Valencia o al Mallorca, será porque subió con el Cádiz, porque lo salvó al menos. Es decir, porque hizo lo mismo de técnico que de futbolista, cumplir.

Es un ejemplo de coherencia en una ciudad llena de excusas. Está dispuesto a todo en el peor de los escenarios. Ojalá le salga bien. Su fortuna será la de todos los cadistas y su ejemplo es impagable para unas generaciones demasiado acostumbradas a chapuzas, quejas y tópicos.