Editorial

Obstinación soberanista

La reunión que ayer celebraron el presidente Rodríguez Zapatero y el lehendakari Ibarretxe fue la escenificación del encuentro imposible entre un proyecto soberanista que confía en su propia terquedad y el marco constitucional que hace realidad la democracia y el autogobierno. Ibarretxe repitió punto por punto ante los periodistas el razonamiento circular que viene manteniendo; y lo hizo como si el Presidente no le hubiera trasmitido nada, demostrando así que no tiene intención alguna de rectificar su proceder. En defensa de su anunciada consulta, abundó en la corrosiva idea de que toda aquella aspiración que alguien considere legítima ha de convertirse en legal y, además, realizarse. Pero fue su reivindicación de la mayoría absoluta que el denominado plan Ibarretxe obtuvo en el Parlamento vasco en 2004 lo que reveló el problema de fondo que entraña su proyecto: la intención de dar por enterrado el más amplio consenso que logró el Estatuto de Gernika en 1979 y la pluralidad de tradiciones que confluyeron en él. Es la imposibilidad de diseñar desde el nacionalismo un proyecto de futuro que alcance mayor anuencia que el logrado por el Estatuto lo que lleva al PNV, liderado de facto por Ibarretxe, a deshacerse del vigente marco estatutario.

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La jactanciosa obstinación del lehendakari, secundada al pie de la letra por el que ya aparece como el partido de Urkullu, no encuentra encaje alguno en el marco constitucional sencillamente porque su empeño va dirigido a refundar la propia legalidad forzando unas relaciones que obliguen al resto de España a aceptar la decisión de los vascos como una opción soberana, libre de cargas y compromisos hacia los demás españoles. Pero la exasperante serenidad de la que Ibarretxe quiso hacer gala ayer no es sólo el reflejo de un ensimismamiento que trata permanentemente de mantenerse de espaldas a la realidad. Es sobre todo la representación partidaria de una firme voluntad de continuar al frente del poder autonómico amagando día tras día con el desafío plebiscitario. La quimera desestabilizadora de Ibarretxe no se mantendría en pie si su partido viera en ella el menor riesgo de jugarse en las urnas el poder que ostenta. Pero, al contrario, el anuncio de una consulta en 2008 y otra en 2010 ofrece al nacionalismo la prórroga que necesita para continuar al frente de las instituciones de autogobierno sorteando los retos electorales inmediatos. Rodríguez Zapatero quiso aparecer ayer convencido de que el transcurso del tiempo conducirá al desistimiento nacionalista. Pero cada día resulta más evidente que la insistencia soberanista del nacionalismo gobernante y su recurrente utilización del logro de la paz como argumento para apuntalar dicha estrategia sólo pueden verse frenados por la efectiva aplicación de las leyes. Y, sobre todo, por la definitiva reacción de una sociedad vasca que corre el riesgo de verse arrastrada, por su pasividad y por su indiferencia, hacia el limbo de la transitoriedad permanente o, lo que aun sería peor, hacia la frustración, la quiebra interna y el hartazgo de los demás españoles.