VUELTA DE HOJA

Mástiles como estacas

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Sólo en los espetos, donde se alinean las sardinas de aluminio y de sombra, las lanzas se vuelven cañas. En todo lo demás, siguiendo nuestras seculares costumbres, son las cañas las que se vuelven lanzas. La Ley de las Banderas, cuyo cumplimiento exige al gobierno el 80 por ciento de los españoles, ha conseguido que los mástiles se vuelvan estacas. Nada más español que andar a palos unos con otros, y si es con las piernas enterradas, como en el cuadro de Goya, mejor que mejor. Descalabrarse mutuamente quizá sea la única manera de que a alguien le entre una idea nueva en la cabeza.

Las calles españolas están llenas de rótulos de escritores adictos al régimen anterior, que duró lo suyo, y también de adictos a pegarle un par de tiros a quienes no profesen sus estruendosas ideas. (Todavía hay personas que creen que pueden alterar el curso de los acontecimientos en Occidente tiroteando por la espalda a un sargento del Ejército español). El paisaje no puede cambiar mientras no cambie el paisanaje, pero de mo-mento estamos haciendo del callejero un callejón sin salida.

Se comprenden las dificultades que existen para promulgar una Ley del Olvido Histórico. El alzheimer no es obligatorio, pero el trasiego de letreros es una lata. ¿Cómo no van a tener derecho a ser reconocidos los que murieron en las tapias de un cementerio? Fallecieron de España, que era entonces una enfermedad mortal. A lo que aspiramos ahora es a no fomentar la pandemia. No nos ponemos de acuerdo en nada, si exceptuamos eso de que el himno nacional tenga letra.

La mayoría de los compatriotas cree que es suficiente con que tenga música, que también entra con sangre. Qué larga resaca la de aquella horrible borrachera colectiva.