LECHE PICÓN

De elecciones y referéndum

Se olisca que están próximos los comicios. Se paladea en el ambiente, se huele en este aroma húmedo del otoño dorado que se aposenta en los árboles. Se presienten convocatorias inmediatas y anda revuelto el patio de codazos y propuestas. Y ya está nuestra farándula política aventando proposiciones y panaceas en la convicción patológica de que los sufridos votantes somos -y debemos de serlo, porque no aprendemos y seguimos siendo más crédulos e inocentes que Heidi- tontos de capirote. Y ahí continúan, aireando propuestas que saben que no van a cumplir y realizando promesas que quedarán, en el breve plazo de unos meses, en esa inopia innominada que ha debido sustituir al limbo que ya no existe por vaticana decisión. Y abrir en estos días cualquier periódico se convierte en un ejercicio de insufrible paciencia a fuerza de leer pamplinas y tonterías varias provenientes de las lindas boquitas de nuestros diputados y senadores. Hagan ustedes, amables lectores, la prueba y carcajéense conmigo: uno que promete cuatrocientos mil empleos y guarderías gratis, cuando lleva ya decenios en la poltrona; ¿y hasta ahora -me pregunto yo-, después de tantísimo tiempo agarrado a la vara, no ha podido crear esos empleos y esas guarderías gratuitas? Otro que anuncia un plan de salud bucodental; ¿qué pasa, que hasta ahora no se había enterado de la existencia de la caries y la piorrea? Y el de más allá, en fin, que promete cubatas para todos y la felicidad eterna. Convencidos como están de que, en cuanto acaben los comicios y se vuelvan a guardar las urnas, nadie recordará sus compromisos y volverán a gozar de cuatro años de holganza y buen vivir.

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De entre todas las pamplinas que en los últimos días he podido leer, la palma, sin duda, se la lleva la propuesta realizada por el tal Ibarreche, ese mixto-mono que preside el gobierno vascongado, de convocar próximamente un referéndum con el que pretende someter a los sufridos vascuences la posibilidad de la autodeterminación de las provincias vascongadas. Y de Navarra, claro está, porque aún hay ciertos percebes que no se han enterado de la existencia de la realidad histórica y cultural de esa región al margen de la de sus vecinos. El anuncio, lógicamente, ha concitado reacciones contrariadas, y nuestro insigne presidente del gobierno central ya se ha manifestado en el sentido de asegurar, con la pompa solemne y vacua que lo caracteriza, que no permitirá tal plebiscito.

Pues yo no estoy de acuerdo. Yo quiero que se haga, joder. Aunque sé que es inconstitucional y que supone un riesgo porque mañana, a lo mejor, al Presidente de Murcia le da por convocar llamamiento similar y entonces es cuando nos vamos todos al carallo, yo no resisto este sinsaber que me acongoja. Yo quiero enterarme de una vez por todas de lo que piensan y sienten al respecto nuestros norteños compatriotas. Quiero saber si la mayoría del pueblo vascongado quiere continuar en la senda común de este gran país que se llama España o si quiere abrir un atajo para caminar solo. Yo sólo pido que esa consulta se haga sin que los cabrones de Batasuna y basuras similares la jodan con sus chantajes y sus algaradas, y que en ella no sólo participen quienes residen actualmente en las tres provincias, sino también todas esas decenas de miles de buenos vascos que en los últimos años se han visto obligados a marchar de su tierra para asentarse en Castilla, en Levante o en el Sur, hartos de pistolas, de extorsiones y de coches bombas. Que también se oiga su voz y puedan decidir sobre ese futuro que se plantea.Y si el resultado del plebiscito es, como preveo y quiero, abrumadoramente contrario a esa pamplina de la autoderminación, se caerán muchas caretas y se despejarán muchas incógnitas. Y si el resultado es el adverso, es decir, abrumadoramente favorable a la autodeterminación, pues nada, se asume y ya está. Se asume y se alambran las fronteras, por supuesto. Y a reírnos, que ya se iba a enterar más de un imbécil de lo que vale un peine. Porque España, sin las provincias Vascongadas, seguirá siendo un gran país. Pero las Provincias Vascongadas, sin España, sólo serán algo así como Andorra o Albania, es decir, un cachondeo. Pero con boina, levantadores de pelotes y un montón de mamarrachos que ya no sabrá a quién ponerle sus jodidas bombas.