ENTREGAS A DOMICILIO

El día a día de los repartidores en Córdoba | «Riders», pedaladas a tres euros por servicio

Cuatro empleados de plataformas de «delivery» de comida relatan a ABC sus vivencias

Un empleado de la aplicación Glovo en el Centro de Córdoba ÁLVARO CARMONA

Rafael A. Aguilar

Piénsalo antes de quejarte. Si estás en el salón de casa con el brasero puesto, la serie empezada y la pizza o la hamburguesa no llegan a tiempo. Si el repartidor te entrega la ración de berenjenas con miel no caliente sino tibia. Si la aplicación te avisó cuando hiciste el pedido de que la comida iba a llegar a las 21.35 pero son las 21.52 y nadie ha llamado aún a tu porterillo . Si en el paquete, junto a la bandeja de sushi, vienen en efecto un par de cocacolas pero no son bajas en azúcar, como has pedido, sino con son de las que no tienen cafeína. Si el móvil te había asegurado que el chaval que te va a llevar los perritos calientes tendría el cambio justo de un billete de diez euros pero cuando se busca en el bolsillo se da cuenta de que le faltan sesenta céntimos para cuadrar la cantidad mínima que debe.

Los emolumentos

Piénsalo dos veces antes de poner mala cara : mira al chico que te ha traído las quesadillas, las latas cerveza, los rollitos de primavera, los boquerones en vinagre o los flamenquines. ¿Sabes cuánto se lleva por el servicio que te está prestando, a ti y al restaurante en el que ha recogido la mercancía? Si se embolsa tres euros ya se puede dar por satisfecho . ¿Y al mes, cuánto puede llegar a ganar al mes un «glovero», por emplear el término coloquial? Quien llega a los 1.100 euros es un privilegiado , además de un profesional que le dedica al «delivery» más horas que al sueño, al ocio y a la alimentación (propia) juntos.

Tres profesioales esperan sus paquetes en un local de Gran Capitán ÁLVARO CARMONA

Oliver se metió en esto en febrero , cuando llevaba cinco meses en la ciudad. « Soy colombiano. Vengo de Francia , donde vive mi madre. Aquí tengo unos primos y como la mamá y yo peleamos, me botó de la casa como quien dice, pues me vine con la única familia que me queda. Mi primo mayor también ha estado con los repartos, pero se cansó y yo cogí su plaza. Es duro esto : al menos te da para pagar la habitación y ahorrar para el billete de vuelta a mi país . Quiero volver», relata. Son las nueve y media de la noche y el joven -tiene 24 años- espera con su moto en un establecimiento de comida rápida de la avenida del Brillante. Es jueves y el local conocería a esa hora un trasiego de clientes que no daría muchos respiros a sus trabajadores. Pero las circunstancias son excepcionales: el cierre de la actividad comercial y hostelera a las seis de la tarde convierte a los repartidores en las únicas personas que están en el restaurante en ese momento . «Somos como una tribu. Y ahora nos hemos vuelto a convertir en los reyes del asfalto, como a mí me gusta decir. Me hago selfis a veces con la calle vacía , me flipla La Victoria sin nadie, y se las paso a mis colegas y alucinan».

Quien tercia en la conversación es El Marmota , como le llaman sus compañeros. Un prenda: no tiene inconveniente en que su historia -« Tú pon más bien leyenda, monstruo» , le pide al periodista- aparezca publicada en el periódico. «Pero de mi nombre y apellidos ni palabra, que si no vas a estar comiendo hamburguesas frías y cocacolas sin gas por los siglos de los siglos. De mi apodo, lo que quieras, monstruo». Que sus colegas lo conozcan con el sobrenombre de El Marmota tiene que ver con su fama de lento en la prestación del servicio. «Mira. Te lo voy a explicar. Lo importante no es ser rápido, sino educado. Un cliente aguanta una tortilla que no esté caliente y con los bordes trasquilados, pero no a un impresentable. Yo soy un caballero . Un engranaje más en la industria culinaria. Que tienes sus ritmos. Y la prisa no es uno de ellos», declara el chico.

Vecino de Santa Rosa, El Marmota se ha ganado cierta fama en el barrio. «Un respeto para el ‘glovero’ , digo yo cuando saludo al pavo de la panadería o de la cafetería de enfrente, a que rima». El muchacho se extiende mientras el empleado del Burguer acaba de matizar el paquete. «Siempre lo digo, soy mitad taxista, mitad chef . Para esto hay que servir. Son dos profesiones en una. Y luego, el mérito de enfrentarte a la puerta fría, que no sabes lo que te vas a encontrar, y más ahora que hay gente a la que se está yendo la perola. Cuando escribas mis memorias, vas a flipar. Monstruo », agrega. «Lo malo es que esto está mal pagado . Y más en la empresa que estoy yo, te lo digo ahora que cogemos confianza y porque me has dicho que no vas a poner mi nombre, ¿verdad, monstruo?, que tienes que reservar las horas de trabajo con una semana de antelación, y ahora con las necesidades que hay, la gente se está quedando tiesa , hay bofetadas para coger los turnos. Monstruo».

El «crack»

Laura, otra de la tribu, sonríe a su lado . « El Marmota es como el decano de todos nosotros. Pregunta por él a cualquier ‘glovero’. Te hablarán maravillas», dice ella. En el Goiko Grill hay tres repartidores a las nueve menos cuarto de la noche, entre ellos una chica de no menos de 40 años. Le pregunto por El Marmota. «Le pusimos ese mote para pasar el rato: pero es un ‘crack’ . Es el más rápido, el que mejor se conoce el callejero, el que siempre le sonríe a los clientes, aunque llegue a sus casas calado porque está cayendo lo más grande o frito por el calor», expone Cintia.

Ella no ha tenido una vida sencilla . Huérfana de padre desde que tenía dos años, vive con su madre y dos de sus hermanos en un piso alquilado de Carlos III. « En 2018 la cosa se puso fea : mi madre , que ha limpiado casas toda la vida tuvo que dejarlo por problemas de salud , y habló con las familias para que yo ocupara su lugar. Pero duré dos meses. Y la empresa para la que reparto estaba entonces instalándose en Córdoba. Eché los papeles y me cogieron. Y aquí sigo, llevando menús en mi bici del Decathlon ». Sí, en su bici Btwin azul. Así se desplaza esa empleada. « ¿Que cuánto saco al mes? El que más ochocientos euros , y para eso tengo que hacer más kilómetros que Perico Delgado. Tócame los muslos, los tengo de hierro. Pregúntame por una calle de Córdoba, por la más perdida si quieres, que te digo su código postal y dónde queda cada número. Mi cerebro es un GPS », alardea con media sonrisa.

«Cintia, dame papel de fumar, anda, a ver si me da tiempo a echarme un piti antes de que salgan los perritos calientes ». Quien lo dice es Patxi, un cincuentón que le ha colocado a su Vespa un transportín fluorescente.

Un repartidos en un ciclomotor ÁLVARO CARMONA

«En esta moto está resumida mi vida . La heredé de mi hermano mayor cuando mis padres le compraron su primer coche. Ha llovido ya de aquello, hará veinticinco años . Con ella iba cada día a mi taller de joyería cuando dejé los estudios en COU, que no acabé, y con ella hacía el reparto de los arreglos que me mandaba el jefe. Vino la crisis, la del 2008 digo, y me quedé parado . Ahora me he metido en esto. Me divierte. Y los cuatrocientos euros que saco por dos horas al día me bastan para mis gastos . Sigo viviendo en el chalé de mis padres. Ya no me tienen que pagar el tabaco, por lo menos. Que voy camino de los cincuenta tacos, socio», se explaya el dueño de la PX de 125 centímetros cúbicos. Concluye Patxi, deleitándose en la nicotina breve: «Entre los clientes te encuentran de todo, la verdad. Gente estupenda , que hasta te ofrece agua o un refresco. Y otros que se creen marqueses porque les llevas la comida a la mesa. Que les aproveche, les deseo siempre antes de despedirme. Aunque sea mentira».

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