Luis Miranda - VERSO SUELTO

Menacho al patíbulo

Contaría con que los suyos le echarían un capote, pero se ha visto delante del juez y sólo ha tenido a su madre

Luis Miranda
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Lleva los ojos cerrados y el cuerpo se intuye lacio y sin fuerzas, como si una pulsión interior le hubiera succionado la sangre y el ánimo; la boca se contrae en un rictus de de angustia y sólo puede moverse con el sostén de la persona que lleva al lado, que es menos báculo del caminante que tracción que lleva de un lado a otro aquello que parece no tener voluntad propia. Por la descripción podría ser cualquier imagen de la Virgen en un cuadro clásico: quizá la que pintó Van der Weyden en el portentoso Descendimiento que hechiza en el Prado, a la que sostienen en un desmayo de palidez y dolor supremo, o tal vez una de esas Dolorosas castellanas desfallecidas y dramáticas, con los brazos abiertos.

A mí, sin embargo, por la actitud del camino hacia donde no se querría ir, me recuerda más al Cristo de la Zapatería, un cuadro de Valdés Leal que estuvo en un humilladero público en la calle Alfonso XIII (y hoy está colgado en un museo de Nueva York), y donde la Madre iba desfallecida detrás de Jesús con la cruz a cuestas, aunque con la entereza que no tiene la foto. Y puestos a salir de lo sacro, también tiene un aire a Nino Manfredi arrastrado camino del patíbulo para hacer algo para lo que no sabe si tendrá brío en las manos: dar garrote vil a un condenado a muerte.

Pero aunque lo parezca no hay representación artística ni composición buscada, ni mucho menos nada parecido a lo sagrado o lo digno, en la foto que trajo Valerio Merino el martes, y que hizo entre la pasión por buscar el mejor gesto y la prisa de lo que en apenas unos segundos dejará de estar delante de la cámara. Sí, casi todo el mundo ha visto ya la foto de Cristian Menacho, el presidente de Jóvenes Hacia el Futuro y presunto urdidor de una trama que contrataba a chavales con dinero de la Junta de Andalucía pero a cambio de quedarse con una parte de su sueldo. Una coacción pura y dura con envoltorio de donativo.

Es fácil hacer el chiste sobre la crisis de ansiedad que no tuvo cuando, presuntamente y siempre que un juez lo diga por escrito, se habría lucrado con dinero público que no era suyo, pero en la imagen patética del miedo y los nervios late la evaporación de los valores de una sociedad. El mal se puede evitar por dos motivos: por la conciencia ética de dar de lado a aquello que perjudica a los demás o a uno mismo, aunque se pueda hacer impunemente, o bien por el miedo a las malas consecuencias que traerá cuando alguien lo note.

Quizá Cristian Menacho, si el juez demuestra que es culpable según todo lo que ha publicado ABC desde este verano, pensara que vivir de un sistema de latifundio político y formar parte del partido-guía le servía para huir de las investigaciones y los jueces, o acaso contaba con que los suyos, que se pudieron beneficiar de convertir los contratos en votos, le echarían un capote y le distraerían al toro. Se ha visto delante del juez y sólo ha tenido a su madre, y la angustia oprimiendo en el pecho no le ha dejado ni articular palabra.

En otra época se hubiera dicho que sirviera de aviso y que nadie está libre de atenerse a la ley, pero también el justiciable o reo hubiera caminado con la dignidad que da el asumir la culpa, la voluntad de pedir perdón o acaso la honradez postrera de saberse digno del castigo, si es justo y proporcionado. A Menacho le ha tocado arrastrarse casi solo al patíbulo público de las risas y el oprobio mientras los que eran suyos le abandonaban.

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