Verso suelto

No hay camino

Tras la Selectividad lo que se toma es una dirección y casi siempre sin mucha idea

Estudiantes en una de las sedes donde se celebra la Selectividad en Córdoba Valerio Merino
Luis Miranda

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CUANDO se pusieron las mascarillas y se lavaron las manos con el gesto mecánico de quien sabe que no se juega la vida quizá algunos pensaran que estaban en el momento trascendental de escoger camino. Han pasado un año oyendo hablar de la que se sigue llamando Selectividad , aunque ahora le quieran poner un acrónimo cursi y de ortografía imposible de mayúsculas y minúsculas que se alternan, y es probable que alguno pensase que toda la sociedad estaba pendiente de ellos, que el mundo del futuro recaía en las notas de su examen, en que pudiesen entrar en la carrera que quieren, o que creen que quieren, y en la elección si todavía dudan.

Este año me he asomado por primera vez a los centros en que los alumnos pasan por esos exámenes que se cubren con carcasas de solemnidad vacía. Nunca hasta ahora me había correspondido el reportaje de la Selectividad y al encontrarlos repasando apuntes, con la mirada perdida de quien piensa que es mejor que pase cuanto antes y luego con la euforia de la adrenalina liberada por el final, he viajado atrás 26 años a los días en que fui como ellos. Pensaba entonces que cuando pasara aquellos exámenes y ese verano, y los aprobé con menos holgura de lo que creía, me esperaba un camino trazado, como si fuese un río con el curso hecho del que apenas podía salirme para desbordarme un poco en el proceso de abrir nuevos horizontes.

Lo que no sabía y lo que no saben tampoco quienes hoy terminarán con esa pesadilla obsesiva es que lo que ahora empieza no es el camino, sino una dirección que además se toma casi siempre sin mucha idea . Los menos serán quienes escojan carrera por vocación: la mayoría terminará en aquella que tenga las puertas abiertas que otras cerraron por las notas de corte; otros escogerán por descarte de lo que odian menos y algunos tomarán rumbo a las facultades con las calificaciones más exclusivas sin mucho interés por lo que allí imparten, pero con los humos de que a ellos los números sí les cuadraron para meterse.

Son los desconchones de un sistema que necesita un comentario de texto para darse cuenta de que con 17 ó 18 años no abunda la madurez para decidir en conciencia lo que marcará una buena parte de la vida, y menos cuando la elección es a ciegas. Descartan Derecho quienes piensan que no es más que un aprendizaje irrazonado de normas, van a Periodismo quienes no leen nada impreso , escogen Veterinaria los que se marearían de tener que operar a un caballo y huyen de las humanidades sólo por pensar que las notas les daban para más, como si hubiera que amortizar el esfuerzo invertido en los exámenes. Los habrá que entren en Filología y Bellas Artes pensando en que les enseñarán a ser escritores o pintores.

Lo que ahora toman es una dirección sin conocer muy bien qué les espera al principio y cómo será el final. Se sienten orgullosos de que su trabajo les deje entrar en la Universidad sin saber que a estas alturas deja entrar a cualquiera y que la sociedad necesita mucho menos de quienes tienen esos títulos que de los que se forman para un oficio que se practique con las manos y que la gente necesite en su vida diaria. Por suerte hay que andar mucho rato en la dirección escogida y aparecerán bifurcaciones y oportunidades para darse la vuelta, rectificar o coger atajos. Sólo al no parar de andar uno se da cuenta de que ha hecho camino y eso no se lo habrán enseñado en las aulas.

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