Rafael Aguilar - EL NORTE DEL SUR

Lluvia de abril

Esto no estaba en el guión: estas vísperas merecen la luz entera de lo que está por llegar, que siempre es la más prometedora

Rafael Aguilar
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PERO esto qué es. Esta lluvia, estas flores mustias a destiempo, esos mantones ajados con unas horas nada más de vida en las paredes, esos muros recién retocados pero con chorreras negruzcas, este añil de los tiestos que pierden el tono no por los rayos de sol sino por el agua entrometida, estas ganas de todo menos de salir a la calle, este otoño tardío cuando la primavera tendría que estar estallando, estos charcos, este frío, este viento. Esto no estaba en el guión, con esto no contaba nadie, esto no puede ser, que es que hasta se puede andar por la plaza del Conde de Priego sea la hora que sea, que uno puede pisar el empedrado junto al pórtico de la parroquia de Santa Marina sin que los zapatos se queden pegados al piso, o casi, que hay hasta quien encuentra sitio en los banquitos coquetos del ábside de la iglesia fernandina en la sobremesa húmeda para buscar unos minutos de descanso, una pausa para la lectura breve sin que la música machacona que vomita la plaza del Rector le desconcentre ni nada.

Dónde está el autor de tanto mal: pero cómo se atreve a martirizar al pueblo con semanas de calor sofocante, digamos que hasta veraniego, justo cuando la única ocupación, que no es poca, es la de los días de diario, y resulta que llega el momento del asueto, que el reloj alcanza la hora justa de la inminencia de mayo, y va y el cielo claro, abierto, acogedor y limpio de nubes se vuelve gris, antipático, amenazante.

No, no, no. No hay derecho, que no hombre. Estas vísperas merecen la luz entera de lo que está por llegar, que siempre es la más prometedora. Porque apetece más, y que nadie se enfade, lo que está a la vuelta de la esquina que lo que uno tiene ya delante de sus ojos. Ya sabemos en qué ha derivado esto de las Cruces. De acuerdo con que fomentan ciertos vínculos entre vecinos, pero también los destrozan y cada año con más fuerza. Que pasa uno por una plaza del casco histórico, de ésas que parecen diseñadas para que el eco alcance su clímax de resonancia, ve la barra de cinc, el toldo de rayas verdes y blancas, los altavoces colgados de los mástiles metálicos y no puede más que compadecerse de la pobre familia que vive en el balcón que está, a cuánto, a no más de tres o cuatro metros del aparato que la va a dejar, a todos y cada uno de sus miembros, sin dormir el puente entero. Mira, alguien que se alegra y mucho de que haya que echar mano de los paraguas a estas alturas del año.

La lluvia, esta lluvia intermitente, insolente e inhóspita de finales de abril, tiene que dar paso al silencio, a la sutileza que va a hacer suya la calle en cuanto se acalle por fin el tumulto.Esperan muy cerca las horas mayores de la ciudad: la quietud de los patios de San Agustín que quizás nunca ganan un premio ni falta que les hace, la serena belleza de las casas de las vías mínimas que van a dar a la Ribera y que apenas salen en los planos.

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