JOSÉ CALVO POYATO - DESDE SIMBLIA

Cuadro de luces

Ramón Medina, hijo adoptivo de la ciudad, no se merecía ese trato que raya la desidia

JOSÉ CALVO POYATO
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La remodelación de la plaza de San Agustín, lugar de referencia para los vecinos del que ahora llaman barrio de la Axerquía Norte, se dieron por finalizadas por parte del Ayuntamiento días antes de la pasada Semana Santa, después de muchos dimes y diretes. La plaza ha quedado con una estética muy diferente a la que tenía y ha sido acogida favorablemente por los vecinos como lugar de esparcimiento, aunque no faltan las críticas relacionados con el arbolado y algunos detalles estéticos considerados como peligrosos. Sin embargo, una obra tan importante para el barrio se remató mal y, a veces, son los pequeños detalles los que terminan por dar el tono a una obra.

Se remató mal porque colocar el monumento que en dicha plaza está dedicado a Ramón Medina donde lo han puesto es un despropósito, un verdadero dislate.

Utilizar como pedestal un cuadro de luces como soporte de la escultura del ilustre músico, señala a todas luces las escasas luces -valga en este caso la doble redundancia- de quien tomó la decisión. Colocar el busto del compositor en ese lugar es tan indecoroso que por mucho que se busque explicar que tal emplazamiento había sido consultado con los vecinos, no hay defensa. El responsable municipal se ha equivocado porque ha tratado el busto y lo que significa como un pedrusco que se puede dejar en cualquier sitio. A todo ello se suma que la escultura está incompleta o el hecho de que no haya referencia al personaje representado que ha de adivinarse a través de los pentagramas que decoran el cuadro de luces. Una actuación como esa pone de relieve muchas cosas. Por una parte, la escasa relevancia que tiene en el equipo de gobierno la responsable municipal de cultura. También su nula sensibilidad para el tratamiento de aspectos relacionados con dicha parcela de la gestión municipal, así como su poca capacidad de reacción ante una decisión tan ridícula como extravagante, porque de tal desatino se viene hablando desde el momento mismo de la inauguración de la remodelación de la plaza.

No tiene explicación que se coloque encima de un cuadro de luces a un personaje a quien la ciudad de Córdoba, por decisión de su corporación municipal -aclaro que fue la corporación que regía la ciudad en 1993-, declaró hijo adoptivo, dados los méritos que concurrían en su persona. Se quiso hacer cordobés a Ramón Medina Ortega porque había nacido en Brihuega, aunque desde niño fue vecino de la ciudad. No se merece ese emplazamiento quien la ciudad reconoció como hijo propio por haber llevado al pentagrama aspectos que recogen jirones del alma de la ciudad. Ramón Medina nos dejó una serie de tonadas populares, referidas a Córdoba, que hoy constituyen una parte importante de su acervo musical popular. Son composiciones suyas canciones como «Caminito de Santo Domingo», «Cordobesita» o «Campanas de la Catedral». No es de extrañar el malestar que existe entre muchos vecinos del barrio ni tampoco las protestas que se están produciendo en diferentes ámbitos cordobeses, como la llevada a cabo por la Coral amigos de Ramón Medina de la Peña el Limón el pasado domingo con una actuación ante el busto del compositor.

Lo ocurrido con la escultura de Ramón Medina en la plaza de San Agustín es una manifestación de hasta dónde puede llegarse en el terreno de lo cutre y hasta donde la dejación de las responsabilidades.

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