Covid Córdoba

Secuelas del Covid en la salud mental: «Tras confinarnos sufría ataques de ira cada día»

Un joven de 19 años, una sanitaria en primera línea tras el estallido de la crisis sanitaria y una universitaria cuentan a ABC el impacto que la Covid-19 ha tenido en su salud mental

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D.Delgado

«No sé lo que tengo, si una enfermedad mental o solo estoy pasando por un mal momento, pero desde hace unos meses, con cualquier situación que me afecta me dan ataques de ira , grito y digo cosas que no son normales». Roberto (nombre ficticio para preservar su identidad) es uno de los muchos jóvenes en tratamiento psicológico por trastornos derivados o acrecentados por la pandemia del coronavirus. Este chico, de tan solo 19 años, empezó a manifestar episodios depresivos y de furia incontenible desde hace seis meses. «Entonces, se me juntaron varias cosas: la presión de mis padres por los estudios, para que me sacara segundo de Bachillerato, era muy grande y discutíamos todos los días. Con mis amigos no estaba muy bien (además de que apenas los podía ver) y la que era mi novia, me dejó», explica el joven.

La falta de control antes esos ataques de rabia y momentos de gran tristeza le llevó a acurir a terapia . «Primero fui a un psiquiatra que no me ayudó mucho, la verdad, porque solo me mandaba pastillas. Después empecé en la consulta de Estefanía López y me está yendo muy bien. Me da consejos que necesito escuchar , aunque me duelan».

Impacto en los sanitarios

No solo la salud mental de los jóvenes se está viendo afectada por el Covid. También la de los sanitarios , en primera línea desde el inicio de la crisis pandémica , se ha visto perjudicada. Un ejemplo de ello es María (nombre bajo el que prefiere conservar el anonimato), que trabaja en el Hospital Universitario Reina Sofía , y que h a estado de baja por un trastorno depresivo. Esta profesional de 48 años relata que hace unos seis meses «empecé a sentir alteraciones del comportamiento. Estaba muy irritable, tanto que tenía conflictos constantes con mis compañeros de trabajo. También me costaba concentrarme y conciliar el sueño. Mi interés por las cosas que me suelen gustar desapareció de un plumazo. Pero no estaba triste ni nada, así que cuando fui a terapia y me dijeron que tenía depresión fue un golpe duro».

María no relacionó sus emociones y sentimientos con la presión laboral. «De hecho, siempre me ofrecía voluntaria para ayudar. Pero la acumulación de experiencias desagradables , la incertidumbre, sobre todo al principio, ante la falta de medios de protección y las dificultades a la hora de organizarnos, ya que había muchas bajas, me hicieron una mella de la que no era consciente», asegura.

«Estaba muy irritable y me costaba mucho concentrarme; no me sentía triste, por eso fue un golpe duro saber que lo que tenía era depresión»

La psicóloga Tránsito Bernal , que trabaja en el centro El Aprendiz y que asistió el servicio de atención psicológica telefónica para el personal sanitario implicado en la lucha contra el Covid del Colegio de Enfermería, relata que «las consultas eran una válvula de escape para estas personas que libraban de esa carga emocional a sus familias. Aunque no hacía ningún diagnóstico, sí que percibí en muchas de ellas síntomas de ansiedad y estrés que se estaban cronificando; problemas de sueño y pensamientos repetitivos sobre el Covid. Al principio había mucho desconcierto; ahora, lo que predomina en estos colectivos es el hartazgo », señala.

El miedo ha tomado el control en muchas mentes a lo largo de estos dos años de pandemia. Es el caso de Lorena (pseudónimo), universitaria de 23 años que, después de varios meses en terapia, sigue evitando las reuniones y pasa la mayor parte del tiempo aislada en su casa.

Pánico al contagio

«Al principio, cuando estuvimos confinados, lo llevé muy bien. El problema fue cuando se empezaron a abrir los sitios: yo seguí recluida, vivo con mis padres y tenía mucho miedo de contagiarlos . Se dio el caso de que una persona mayor en la familia murió y se lo pegó una nieta: se confirmó el peor de mis temores», explica.

Para Lorena, salir a pasear o charlar «no me parecía estrictamente necesario. Lo pasé muy mal porque tenía que viajar periódicamente en tren a Barcelona por mis estudios de posgrado. Cuando volvía a casa me autoimponía una cuarentena ».

La ansiedad se ha convertido en una constante en su vida. «El encierro y restringir mis relaciones sociales han tenido efectos probablemente peores que el virus en sí. Estoy en el camino de recuperar mi vida , pero ahora, con tantos contagios, no es el mejor momento», se lamenta.

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