Pasar el rato

Canción de amigo

Joaquín Gisbert nació con la instinto de la sonrisa y una conciencia tan precisa de sus cualidades que no se recreaba en ellas ni lo necesitaba para recibir elogios

Muere Joaquín Gisbert, el impulsor del barrio del Parque Figueroa y los Colegios Mayores de Córdoba

Joaquín Gisbert, en el centro de la imagen ABC
José Javier Amorós

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Fue mi primer amigo en Córdoba , el que me trajo a esta tierra de luz. Y hasta que la eternidad nos reúna de nuevo. Mientras, conmigo va. Se me ha muerto Joaquín Gisbert Navarro , a quien tanto quiero. Y ésta es la única línea de luto que va a llevar la columna. —Menos mal. He temido que fueras a escribir mi necrológica, no te lo permita Dios . Necrológica , no. No pretenderás humillarme con una retórica de tanatorio . Alégrame la muerte, José Javier . Entre caballeros no nos decimos descansa en paz. —No iba a hacerlo, Joaquín, yo respeto la inteligencia. La muerte pone orden en los tiempos verbales, y mantiene el amor en su tiempo presente. En presente se escribe este artículo. Ayer hizo en Córdoba una mañana de invierno soleada y apacible, y volvimos a conversar unas copas en la terraza del antiguo Gaudí , ahora La Cueva .

Allí forma Joaquín Gisbert parte del paisaje, como González-Ruano en el café Gijón . Lo tenemos dicho y callado casi todo. Pero siempre queda algo. Yo acostumbro a llegar un poco más tarde, espero hasta que él haya tomado posesión del paisaje. Después de tantos años de amistad, sigue levantándose para saludarme. —Hombre, Joaquín , no es necesario. —Siempre son necesarias las buenas maneras, José Javier . La mala educación y el mal carácter alteran la digestión y endurecen el hígado. La cortesía es un requisito de la moral. Un grosero acostumbra a ser una mala persona. Lo miro mientras habla. Tiene muy buen aspecto. Eso viene de su buen carácter, un poderoso antioxidante . Nació con el instinto de la sonrisa. Nunca me ha costado reconocer que es superior a mí, porque nunca se ha comportado como si fuera superior a mí. Vive con exquisita sencillez su propia grandeza . Apenas he conocido a un par de personas tan poco jactanciosas como él. Tiene una conciencia tan precisa de sus cualidades que no se recrea en ellas ni necesita hacerlas explícitas en la conversación. Si alguien las valora, bien; si no, ¿qué más le da a él, si vive con ellas? Hay gente que necesita homenajes y reconocimientos para añadir algún centímetro a su menguada estatura.

Él lleva los méritos tan adheridos a su personalidad que le desconcierta el elogio ajeno. Como si lo felicitaran por respirar. Por mi propia experiencia sé que le gusta hacer favores sin pasar factura. Los hace y los olvida. Se lo hago notar. —Es que vivir consiste en hacer cosas por los demás y soportar cosas de los demás. Supongo que es lo que hace todo el mundo. Me resulta fatigoso volver a discutir con él sobre esa ingenuidad acerca del prójimo. Un camarero del extinto Gaudí —Ramón, creo—, afable y cortés como un diplomático de carrera por el plan antiguo, me hace un gesto discreto de complicidad. —No lo toque ya más, que así es don Joaquín . Y no lo toco ya más.

Cree en Dios también sin aspavientos. La fe del caballero. Si hubiera podido estar con él en el último segundo, seguro que habría hecho un intento fallido de incorporarse al verme. —Perdona que no me levante para recibirte, José Javier, pero es que acabo de morirme. Muchas cosas han muerto con él.

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