EXPOSICIÓN

Bartolomé Bermejo, el gran ilusionista cordobés que se da a conocer en el Museo del Prado

El Museo del Prado expone la mayoría de sus obras conservadas; está considerado un pintor fascinante del siglo XV

Una de las obras expuestas en el Prado sobre el pinto cordobés del siglo XV EFE

Natividad Pulido

La palabra antológica adquiere todo su sentido en la gran exposición dedicada a Bartolomé Bermejo , el más fascinante pintor español del siglo XV , organizada por el Museo del Prado y el Museo Nacional de Arte de Cataluña (MNAC). Hasta el 27 de enero, se reúnen en la pinacoteca madrileña medio centenar de piezas, incluidas 27 de sus 28 obras conservadas .

Solo falta una: la tabla central del «Retablo de Santa Engracia» pintado para la iglesia de San Pedro de Daroca. Es propiedad del Isabella Stewart Gardner Museum de Boston. Sí están en la muestra las otras cinco tablas que se conservan de este retablo.

Bartolomé de Cárdenas, alias el Bermejo, es un personaje fascinante. Nació en Córdoba hacia 1440-45 y murió hacia 1501, posiblemente en Barcelona. Rebelde e indómito, era judeoconverso. Sobre el origen de su sobrenombre (aparece escrito de muchas maneras: Bermejo, Bermello, Vermeio, Rubeus...) hay varias teorías. La más plausible es que el pintor tuviera el pelo rojizo.

Su esposa, Gracia de Palaciano, una rica viuda, fue condenada por la Inquisición aragonesa acusada de prácticas judaizantes. Si por algo destaca este genial artista, comenta el comisario de la exposición, Joan Molina, es por su ilusionismo pictórico, sus trampantojos, sus juegos visuales, que logró gracias a su virtuosismo y destreza , a su dominio de la técnica al óleo, a la originalidad de sus iconografías, a sus complejas composiciones.

Fueron muchas las innovaciones de las que Bermejo hizo gala en sus cuadros, como los brillos y reflejos luminosos sobre metales, piedras preciosas o mármoles (en el «San Miguel» de la National Gallery londinense vemos las torres de Jerusalén reflejadas en el peto de su armadura) o las transparencias en gasas y tules que desvelan los genitales de Adán y Eva y hasta del mismísimo Cristo. Sorprende, con la Inquisición pegada al cogote de los artistas.

Vista general de una de las salas de la pinacoteca nacional con las obras de Bermejo EFE

Pero, por encima de todo, destaca su sofisticada gama cromática: una soberbia paleta de rojos, verdes, violetas y dorados. Fue tal el éxito que en algunos encargos le obligaban por contrato a usar esos colores. Su truco, aplicar lacas y transparencias, lo que aumentaba la sensación de profundidad y brillantez del color. El resultado, un impresionante espectáculo visual.

Según el comisario, la pintura de Bermejo, que bebe de maestros flamencos como Van Eyck, Memling o Van der Weyden, «fascina el ojo del espectador con sus recursos técnicos e innovación iconográfica . Es mucho más que un ejercicio de pirotecnia virtuosista. Lo que hace que su obra sea fascinante y extraordinaria es su capacidad para elaborar un sorprendente lenguaje artístico personal, único e inimitable, capaz de trascender modas y épocas».

Abren y cierran la exposición dos obras maestras: el «San Miguel» de la National Gallery de Londres y la «Piedad Desplà», de la Catedral de Barcelona . Entre los préstamos más destacados que cuelgan en el Prado sobre paredes color bermejo, el «Tríptico de la Virgen de Montserrat» de Acqui Terme (el maestro hizo solo la tabla central). La composición es muy original: sienta a la Virgen sobre una sierra y en el paisaje del fondo se aprecian barcos de mercancías.

En el siglo XVI Bermejo cayó en el olvido . Sus pinturas acabaron arrumbadas en sacristías y desvanes. Otras se destruyeron o se perdieron. No se recuperó hasta principios del siglo XX, gracias a nombres como Elías Tormo, Judith Berg y Eric Young.

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