Perdonen las molestias

Ojo con la dopamina

La ola de vandalismo pirómano en la zona norte de Córdoba solo se explica en términos neuropsiquiátricos

Contenedor quemado en una calle de Córdoba Valerio Merino
Aristóteles Moreno

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EL circuito neuronal del placer recorre las regiones cerebrales con más alta concentración de dopamina. Es el llamado circuito mesocorticolímbico. Y se activa cuando recibimos estímulos gratificantes, tales como comer chocolate , practicar sexo o escuchar el magacín radiofónico de la mañana que cuenta la realidad como la queremos ver.

Pues bien. Ese es el circuito que se le excita a los chavales que prenden cada noche fuego en los jardines de El Tablero . Llegan con la moto, sacan el mechero, incendian los setos y la bola de luz que devora el arbusto en pocos minutos estimula su sistema límbico hasta niveles poco aconsejables. La oleada de vandalismo pirómano en la zona norte de Córdoba solo se explica en términos neuropsiquiátricos. Porque la lógica, estimados contribuyentes, se muestra incapaz de dar respuesta a comportamientos tan extravagantes.

Que la dopamina se apodera de la amígdala cerebral de los chavales del mechero es un hecho indubitable. Lo explica la wikipedia con todo lujo de detalle. Tomen nota: «Se sabe que la vía mesolímbica está asociada con la modulación de las respuestas de la conducta frente a estímulos de gratificación emocional y motivación. Es decir, es el mecanismo cerebral que media la recompensa». Más claro que la tónica Schweppes.

Cuando el circuito neuronal del placer se pone en marcha, agárrate a la brocha que me llevo la escalera. No hay guardia civil que pueda detenerlo. Es el mismo mecanismo cerebral por el cual otros chicos en otro barrio calcinan contenedores de basura por un tubo. O revientan luminarias de parques que hoy dormitan en la penumbra. O, si no, dense una vuelta por Miraflores cuando todos los gatos son pardos.

El caso de los contenedores demuestra que la dopamina es el neurotransmisor predominante en el sistema mesolímbico. De otra manera no se entiende que en Córdoba se quemen de forma intencionada 22 contenedores de basura al mes . O, si prefieren, 264 al año. Es decir, casi 6 contenedores cada semana. Que es un número lo suficientemente interesante como para escribir un manual sobre el circuito mesocorticolímbico del vandalismo urbano. Y ahí lo dejo.

Los chavales del mechero podrían activar los mecanismos dopaminérgicos del placer cuando ayudan a una viejecita a cruzar un paso de peatones. O cuando se sientan en la butaca de casa a leer las palabras siempre sugerentes de José Luis Sampedro . O, sencillamente, cuando cumplen con sus obligaciones curriculares en la recta final del bachillerato. Pero no. Por razones difíciles de identificar, sus vías mesolímbicas solo se ponen en marcha con el fuego abrasador de los árboles de El Tablero o los contenedores del Campo de la Verdad.

¿En qué momento de la evolución humana se produjo la avería del sistema límbico? ¿Cuál es el impulso atávico que lanza a ciertos chicos a sentir deleite mientras un jardín que pagamos todos con nuestros impuestos se consume en pavesas? ¿En qué glándula cerebral se aloja el placer de la destrucción? Todas estas respuestas pueden estar más cerca de la neuropsiquiatría que de la sociología. O al revés. Es difícil asegurarlo. Pero de lo que no hay duda es de que mientras usted y yo reflexionamos sobre los componentes neuronales del vandalismo urbano, algún descerebrado en algún lugar ya está salivando por liberar dopamina en su inminente ataque de mechero.

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