Susana Díaz en un acto reciente
Susana Díaz en un acto reciente - ARCHIVO
OPINIÓN

Populismo del antiguo

Hay un límite en la confusión entre institución y partido político y se ha traspasado a conciencia

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Reconozco que quedé impresionado cuando el PSOE asumió en 2014 la difusión de los primeros planes de empleo lanzados por la Junta de Andalucía. Cada agrupación socialista emitió propaganda, coordinada por las respectivas direcciones territoriales, para que sus vecinos supiesen cuánta gente se iba a colocar -nunca se decía en qué condiciones ni con qué continuidad- a costa del dinero público que se iba a repartir en programas como el Emplea Joven. Contratos de alivio a las situaciones más urgentes. Unos seiscientos euros durante varios meses a media jornada en trabajos de apoyo a la comunidad que sirvieron coyunturalmente para dar una respuesta urgente a quien más lo necesitaba. Empleo, por definición, temporal. Que auxilia pero no contribuye a crear una economía sólida.

Estos planes, lo sabe hasta el que asó la manteca, fueron estratégicos para el resultado electoral de las autonómicas y las locales. La propia presidenta Díaz se encargaba de recordar en sus mítines de quién había sido la responsabilidad de esos empleos, del dinero que ha llenado el frigorífico en casas con necesidades. Los socialistas se volcaron llevando a sus propios edificios a cargos de la Junta de Andalucía para que explicaran cómo funcionaban y qué requisitos eran necesarios. La identificación entre institución y partido, lo primero. Por encima de todo. El entonces delegado competente y ahora alcalde de Peñarroya, José Ignacio Expósito, dijo que él iba a hablar a aquel lugar donde lo invitasen. Según los regidores del PP e Izquierda Unida que denunciaron el asunto, en los municipios donde gobernaban los socialistas, la charla se daba en el edificio del ayuntamiento. En aquellas localidades donde el PSOE estaba en la oposición, se visitaba la sede del partido. Nadie desmintió nunca que eso pasara. Al contrario, siguió sucediendo pese a las críticas públicas.

La cuestión, al parecer, no fue flor de un día. Hay sedes socialistas donde aún se ejerce el asesoramiento directo para los planes de empleo en marcha, como el que ha puesto en marcha la Consejería de Salud y Bienestar Social para aquellos colectivos más vulnerables. No es raro tropezar en las redes socialistas con anuncios de agrupaciones locales del Partido Socialista en las que se invita directamente a los interesados a ir a su sede en cada ciudad a cumplimentar los documentos necesarios. Se imagina uno que es porque en verano no hay funcionarios capaces de ayudar a los interesados a reunir la documentación necesaria. ¿De verdad es la sede de un partido -el que sea- el lugar propicio para asesorar a personas que precisan de un puesto de trabajo que se financia con el presupuesto de todos? ¿No se gastan cantidades relevantes en programas como Andalucía Orienta precisamente para ayudar a quien lo precisa? ¿Tanto se ha perdido el norte como para saber que hay cosas que, sencillamente, no se hacen?

Para acabar de arreglar las cosas, resulta que el Gobierno andaluz acumula un retraso considerable a la hora de liquidar las cantidades pendientes. Los municipios que intervinieron en la gestión de este tipo de programas recibían un 50 por ciento de la cantidad necesaria. El resto del dinero, a vuelta de certificación. No se descarta que una parte del problema tenga que ver con la tramitación burocrática de todo eso. Pero no hay alcalde, de cualquier color, que no se queje amargamente de que la Junta no le paga. Que pasan los meses y la transferencia prometida no llega. Regidores de IU realizaron un encierro en el Parlamento hace apenas unas semanas reclamando el abono de las cantidades adeudadas. El presidente de la institución, el cordobés Juan Pablo Durán, pidió a la fuerza pública que los desalojase.

La raíz del mal no es contable. Es política. Tiene que ver con la necesaria neutralidad de la Administración. El Gobierno y el partido que lo sustenta tienen métodos de sobra para atribuirse la gestión, para convencer a los votantes de que lo han hecho bien, sin tener que acudir a la escena caciquil de citar a los parados en su sede. A difuminar de ese modo los límites de lo tolerable.

En una democracia consolidada, y convengamos en que vivimos en una, hay cosas que, sencillamente, no se hacen. El populismo no se combate con más populismo grosero, del de toda la vida. Con métodos tan burdos que solo sirven para indicarle a ese joven parado o a esa familia que lleva tanto tiempo sin ingresos, que ese dinero que está entrando en casa hay que agradecérselo a alguien con el voto.

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