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Crean un asilo donde conviven niños de 3 y abuelos de 90 años

Se llama educación intergeneracional. En la misma estructura conviven y comparten actividades. Ancianos se olvidan de sus achaques y de la soledad, mientras los niños dejan de tener miedo a las arrugas o a la discapacidad. Es un experimento de éxito, entre juegos, cuentos, lecturas, lecciones de jardinería y de cocina.

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En una época en que se margina a los ancianos por considerarlos, entre otras cosas, improductivos, existe una bella experiencia en Piacenza, en la región de Emilia-Romaña, al norte de Italia: En el interior de la misma estructura conviven un asilo nido de infancia, un centro diurno para ancianos y una casa de reposo, lugares que están divididos, pero con muchas áreas comunes. Están el inicio y el otoño de la vida, entre los 3 y 90 años, con alguno que los supera. Se llama «educación intergeneracional», con unos 40 niños y cerca de 80 ancianos, aprendiendo los unos de los otros, porque en todas las estaciones de la vida se puede donar algo. Lo decía el papa Francisco el día que cumplió 80 años, el pasado 17 de diciembre, recibiendo como regalo el libro «Sobre la Vejez» de Cicerón: «La vejez, cuando se ve como una etapa de la vida para dar alegría, sabiduría y esperanza, uno vuelve a vivir».

El proyecto de Piacenza, único en Italia, denominado ABI (Anziani e Bambini Insieme, ancianos y niños juntos) constituye todo un éxito y es objeto de una tesis universitaria. Bajo la atención de 25 operadores cualificados y entrenados expresamente, los niños establecen nuevas relaciones con adultos fuera de sus familias, mientras los ancianos se sienten protagonistas y útiles, superando lo que a menudo es una sensación de aislamiento o soledad. Este es un lugar de encuentro social, cultural y educativo, con actividades que pequeños y mayores realizan juntos: Ambiente y naturaleza con prácticas de jardinería; pinturas y artes gráficas; cocina en la que niños y ancianos producen juntos comidas simples y gustosas, y lecturas de los periódicos, de cuentos, historia… El responsable de la biblioteca del asilo es Franco Campolonghi, 84 años: «Cuando han conocido mi pasión por la lectura, me pidieron que me ocupara de los libros. Para mi es una fiesta. Los pequeños vienen aquí con sus educadoras y nosotros los ancianos les leemos las fábulas. Disfrutamos un montón. Los niños están siempre atentos y si nos distraemos nos llaman la atención». Olga, de 89 años, prefiere contar historias de toda una vida: «Me gusta jugar y narrarles historias y cuentos de mi infancia, mientras ellos, atentos, me miran a los ojos». María, de 90 años, bisabuela, prefiere dar sus lecciones de cocina a los pequeños, mezclando harina y azúcar para dulces.

«Descubrimiento increíble»

Giacomo Scaramuza, que ha superado los 90 y fue periodista, vive la experiencia como un «descubrimiento increíble»: «Yo participo en todas las actividades. Con los niños no hay necesidad de palabras. Nos entendemos con las miradas. Es un intercambio absolutamente natural. A menudo la vejez es vista como si fuera algo que se debe esconder. Aquí, al contrario, es un poco como pasar el testigo». En ese contacto, los viejos se olvidan de sus achaques y los pequeños aprenden a respetar y no tener miedo de la las arrugas o de la discapacidad, incluso unos y otros utilizan utilizan la ironía, explica la pedagoga del asilo, Valentina Suzzani: El andador se ve como un triciclo, el cochecito del abuelo es un vehículo al que empujar. Una madre cuenta: «Mi hijo es entusiasta de los ancianos. Si los encontramos fuera los reconoce y se acerca a saludarlos como si fueran amigos de su edad». Ellos reciben de esa senectud cantada por Cicerón «la prudencia y el consejo».

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