Santi Sierra, aprendiz de pastor, en el valle del Montseny
Santi Sierra, aprendiz de pastor, en el valle del Montseny - INES BAUCELLS

Las escuelas de pastores intentan recuperar uno de los oficios más antiguos

Algunos jóvenes vuelven al campo para contrarrestar la falta de relevo generacional de una actividad que lleva años en retroceso. El turismo y la tecnología son los nuevos aliados

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No todos los pastores de hoy en día llevan garrota y boina. Ahora, junto al inseparable zurrón y a los perros, los pastores de ovejas acuden a sistemas de mejora genética para aumentar la producción de carne. Promueven el celo de los animales para incrementar el número de nacimientos de corderos a través de implantes de melatonina o esponjas vaginales. Cuentan con sistemas automatizados de alimentación en los corrales y chips para consultar de forma rápida los datos básicos de cada animal. En el caso de que una oveja acabe descarriada, un sistema de alerta GPS (posicionamiento por satélite) envía una alarma a través de una aplicación al móvil del pastor. Lo llaman geocerca.

«Ya casi no quedan pastores, y la mayoría son ya viejos»

Todo esto y más es necesario para capear la decadencia de un sector que desde el año 2002 ha sufrido una caída en la producción de carne de cordero del 50% y un descenso progresivo del número de cabezas de ganado desde 2000, según los datos del Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente. Si el éxodo rural primero y la burbuja inmobiliaria después, hicieron de la figura del pastor una estampa no tan frecuente en el campo, la crisis económica y la necesidad de volver a la naturaleza han revalorizado un oficio, que se considera parte fundamental del medio ambiente, de los pueblos y del turismo. Eso explicaría la aparición de nuevos conceptos como el de escuelas de pastores, el de «parques temáticos» del ganado ovino o el de explotaciones intensivas que recurren a la tecnología más avanzada.

«Ya casi no quedan pastores, y la mayoría son ya viejos; yo soy de los pocos jóvenes...», se lamenta Jordi, de 42 años, y que suma dos décadas como masovero (no propietario) de la finca Les Muntades, en pleno macizo del Montseny (Barcelona). Junto a su esposa, Silvia, y sus dos hijas, Jordi se dedicó durante un tiempo a la cría de vacas lecheras, luego a la de cerdos y finalmente se quedó solo con un rebaño de cabras alpinas, una raza de origen francés. Ahora incluso fabrica un exquisito queso que ya ha llegado a unos 200 restaurantes. «He logrado cerrar el círculo», resume.

«Siempre me han gustado los animales, y ya de pequeño quería vivir de payés»

A su lado, Santi Serra, de 26 años, le escucha con atención. Habla poco, lo justo, e intenta aprender el oficio trabajando y viviendo en el manso (explotación ganadera) de Jordi para conseguir algún día llevar una quesería de leche de cabra en su pueblo natal, Alpens (Barcelona). Por ahora, se centra en terminar su formación como alumno de la única escuela de pastores de Cataluña, una de las cuatro que hay en España, junto a las de Andalucía, Asturias y País Vasco. Todas ellas ofrecen una nueva forma de aprender un oficio amenazado por la falta de relevo generacional.

«Siempre me han gustado los animales, y ya de pequeño quería vivir de payés, en el campo», reconoce Santi. Sus abuelos criaban vacas, pero sus padres ya se dedicaron a otros trabajos. Ahora, él vuelve a los orígenes. De momento, no tiene cabras ni tierra donde pastar los animales ni la pequeña granja que necesitaría. Con todo, no se desanima, y responde con una muda y tímida sonrisa cuando Jordi le aconseja que forme una familia para poder afrontar su ansiado destino en el campo. «Es mucho trabajo para un hombre solo, créeme».

Santi Serra, junto a una cabra en Montseny, Barcelona (Inés Baucells)
Santi Serra, junto a una cabra en Montseny, Barcelona (Inés Baucells)

Según explica Vanesa Freixa, responsable de la Escuela de Pastores de Cataluña, con sede en Rialp (Lérida), los 116 alumnos que ya han pasado por «sus aulas» han recibido formación teórica durante un mes y práctica durante otros cuatro en mansos como el de Jordi. Después de ese período, el 64% de los que acaban el curso encuentra trabajo, ya sea por cuenta ajena o autoempleándose. Pero aún así, avisa de que no todos los aspirantes llegan a buen puerto: «Hay algunos que se apuntan engañados, con una idea de esta profesión, de vivir y trabajar en el campo, muy equivocada», tercia Jordi desde el Montseny. «Es duro, sacrificado. Cualquier error cuesta dinero. Si un día te olvidas de ordeñar una cabra, al día siguiente tendrá una mastitis», sentencia.

Una pastora de 22 años

Casi en la otra punta de España, María José, una pastora de 22 años en Santiago de la Espada (Jaén), está de acuerdo con la afirmación del catalán: «Es un trabajo muy duro, sobre todo si hace mal tiempo. Cuando eso pasa hay que encerrar a las ovejas, y hay que trabajar más todavía». Según dice, otro de los momentos más difíciles coincide con el parto de los corderos, porque entonces tiene que estar muy pendiente de que todo vaya bien. A las largas jornadas de soledad, en las que «te da tiempo a pensar de todo», hay que añadir la duración de las jornadas: «Nos levantamos a las seis en verano y las echamos la comida. Por la tarde, «se acarran» en la sombra y no quieren andar, así que hay que esperar hasta las seis o seis y media para que coman otra vez».

Un rebaño de la Escuela de Pastores de Andalucía (IFAPA)
Un rebaño de la Escuela de Pastores de Andalucía (IFAPA)

«La mayoría de los alumnos son gente joven, de 20 o 30 años, y sobre todo chicos. Normalmente tienen una alta posibilidad de instalarse como ganaderos, y suelen ser hijos de gente que se dedicaba a eso», explica Francisco de Asís, coordinador de la quinta edición de la Escuela de Pastores de Andalucía, promovida por la Junta de Andalucía. Entre sus objetivos, está preservar el campo, las razas de ganado que crían y revitalizar la figura del pastor, con toda la historia y tradición que acarrea. Pero tienen duros enemigos que dificultan las cosas: «el descenso de la rentabilidad de las ganaderías, la dureza del trabajo de pastor y la mala gestión administrativa de las explotaciones».

Pastor por un día

De vuelta al norte, cerca de Sabiñánigo (Huesca), en « La Borda de Pastores» han encontrado una nueva forma de revitalizar el pastoreo. Por una parte, siguen un modelo más intensivo pero enfocado a la producción de carne de calidad, de ternasco de Aragón, y lo hacen bajo el paraguas de una cooperativa, Oviaragón, que agrupa a casi mil socios. Por otra, ofrecen alojamiento rural en combinación con un «parque para la divulgación del ovino», en el que los visitantes pueden visitar un museo y ser pastores por un día.

En la Borda de Pastores se puede ser pastor por un día (La Borda de Pastores)
En la Borda de Pastores se puede ser pastor por un día (La Borda de Pastores)

«Sería una pena que un oficio tan tradicional como este se muriera. Mantiene vivos a muchos pueblos y los rebaños son muy importantes para limpiar los montes y evitar incendios. Además, a todos nos gusta comer cordero, pero para cogerlo en la bandeja del centro comercial hay que criarlo antes», explica Vicente Sancho, pastor desde hace más de 35 años y guía en «La Borda de Pastores». Según dice, no hay gente para cubrir las necesidades de pastores, y por eso ve este oficio como una salida laboral, siempre que se pueda soportar «un trabajo duro los 365 días del año», pero no le ve futuro a las explotaciones de menos de 400 ovejas. Aunque añade, «conozco casos de gente que se va a jubilar y que no tienen relevo, pero que alquilarían sus explotaciones encantados. Con el tiempo, los que empiezan podrían conseguir su propio rebaño».

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