El año 2016, vídeo a vídeo

El vídeo es el auténtico protagonista en la etapa actual de la Sociedad de la Información. El fácil acceso a la tecnología y a las redes sociales ha universalizado los acontecimientos mucho más de lo que ya lo hizo la televisión, de manera que la noticia que no va acompañada de un documento audiovisual no cala en los lectores-espectadores (aunque el artículo escrito sigue siendo imprescindible para la comprensión de la historia) . Si hablamos de Andrei Karlov, probablemente pocos recordarán de quién se trata, pese a que protagonizó portadas en todo el mundo hace tan solo unos días; si explicamos que es el embajador ruso al que mataron en Turquía, se visualiza automáticamente el asesinato, planificado y escenificado como una burda performance ante las cámaras.

Oriana Fallaci diría que el asesino es un vanidoso que busca la gloria matando y muriendo. Así describió a los kamikaces del 11-S, que inauguraron el terrorismo televisado. Más allá de la vanidad –que no hay que desechar-, los terroristas, y especialmente los yihadistas, saben que lo audiovisual internacionaliza el dolor. El camión que atropelló a decenas de personas en Niza en julio impactó mucho más que el que lo hizo, hace una semana, en Berlín porque, en el primero, el ángulo de la cámara del móvil de un turista estaba mejor situado que el de quienes grabaron en la capital germana.

Y el autobús que, un día después del atentado de Alemania, atropelló a once niños en Nigeria, directamente ha pasado desapercibido. Los individuos de la Sociedad del Conocimiento solo entienden que los niños mueren y sufren cuando se les enseña la imagen de uno de ellos. Hablar de bombas y de miles de muertos y heridos en guerras no es más (esto ya desde hace décadas) que una simple cifra que la mente ni siquiera se molesta en procesar. Para comprender el significado real de un conflicto, es preciso ver a un niñito que, desorientado y ensangrentado, acaba de sobrevivir a un bombardeo.

Conscientes de la importancia de las comunicaciones en general y de la imagen en particular, los golpistas turcos se apresuraron a ocupar la televisión nacional y a intentar cortar el acceso a las redes sociales. El mundo vio aviones militares disparando contra el centro de Estambul y algún que otro tiroteo, nada que ver, sin embargo, con el impacto visual del 23-F español, pionero en golpes de Estado televisados.

En televisión, como en el cine, las emociones desempeñan un papel transcendental; de ahí que un líder político que lucha por contener las lágrimas consiga, por fin, ser escuchado tanto por simpatizantes como por detractores. Así le ocurrió a Pedro Sánchez cuando anunció, entre sollozos, que renunciaba a la Secretaría General del PSOE.

Permaneciendo en el panorama político nacional, la imagen de los nuevos partidos entrando en el Congreso, con indumentaria distinta a la acostumbrada y bebé incluido, logró sorprender.

Más aún, si cabe, extrañó que Donald Trump, pese a mostrar sin tapujos su lado oscuro ante las cámaras, fuera elegido presidente de Estados Unidos. Sobrepasando los límites de lo políticamente incorrecto, se dirigía abiertamente a los votantes, declarando que la frontera con México permitía el paso a drogas y a violadores, y anunciando la prohibición de la inmigración musulmana. Sus comentarios sobre las mujeres, por añadidura, le mostraron como misógino a ojos de no pocos compatriotas.

Aunque ha suavizado su discurso, está por ver cómo afectarán sus políticas a las clases desfavorecidas estadounidenses y a las relaciones internacionales. Cuba es uno de los países en los que más puede repercutir el cambio de rumbo en Washington, más aún tras la muerte de Fidel Castro.

Fallecimientos de personalidades ha habido varias este año; se dice que 2016 ha sido nefasto para la música ( Prince, David Bowie, George Michael…) y los cinéfilos han visto desaparecer a algunos de sus mitos ( Carrie Fisher, Bud Spencer, Gene Wilder…).

Más allá de muertes y atentados (los de Bruselas y Múnich también fueron captados por decenas de testigos), en 2016 ha habido besos y cobras, hallazgos arqueológicos –como la tumba de Aristóteles- e imágenes que, por su belleza, sin más, emocionan: auroras boreales desde el Espacio. Imposible no mirar: