Antonio Burgos - EL RECUADRO

Paso de linces

En la Andalucía de las listas de espera quirúrgicas nos gastamos un millón de euros para un tercer paso de linces

Antonio Burgos
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Como es asunto de caminos marismeños, de arenales del Rocío y de llanto de los pinos del Coto, y como estamos en los umbrales de los días grandes del Carnaval, más que un artículo lo que me pide el cuerpo es escribir un popurrí, tomando la música que el Maestro Oliva compuso para la emocionante letra de «Pasa la vida» de mi admirado Manuel Garrido; sí, el también autor de las «Sevillanas del adiós», a las que los laicistas políticamente correctos cualquier día de estos las retitulan como «Sevillanas del Chao», con tal de no mentar lo de Dios.

Así que ¡una, dos y...!: «Pasan los linces, óle,/ pasan los linces./ Por puentes de un millón de euros, óle,/ pasan los linces,/ que a la Junta le sale, mare,/de las narices».

Y de nuestros bolsillos. Ya teníamos dos pasos de linces, dos puentes: uno en la carretera del Rocío a Matalascañas y otro en la de Matalascañas a Mazagón. Tendremos un tercero, entre Almonte y El Rocío, a la altura del Polígono Matalagrana, que nos va a costar a todos los andaluces casi un millón de euros. Un tercer paso: ¿a qué cofradía me suena esto? O sea, que en la Andalucía de las listas de espera quirúrgicas y del desconcierto de los conciertos escolares donde dejan fuera nada menos que a beneméritas obras docentes de las Hermanas de la Cruz y del Opus Dei por razones claramente políticas, por la dictadura de la ideología de género... En esta Andalucía del paro, a la cola de todos los indicadores económicos y sociales de Europa, nos gastamos, ¡hala!, un millón de euros para hacer un tercer paso a los linces de Doñana.

Esto de los pasos, evidentemente, es muy nuestro. En Málaga a los pasos de linces les llaman «tronos» de linces, lo que en realidad son: tronos para el reinado de los linces. A los que viven del lince (que son bastantes más numerosos que los felinos que tratan de preservar) lo único que les falta es ponerle a cada lince un apartamento en Matalascañas, en primera línea de playa. Decía que esto de los pasos es muy nuestro: pasos de Cristo, pasos de Virgen, pasos de misterio, pasos de palio... y «pasos de lince». Ante los que los contribuyentes, viendo esta barbaridad del tercer paso de linces en los alrededores del Rocío, no tenemos más remedio que decir, como capataces de nuestro dinero:

—¡Menos paso de linces quiero!

Claro, tanto mandar «izquierda alante» en las elecciones, y pasa lo que pasa con el paso de linces. Cuando ves ese puente por vez primera yendo hacia Matalascañas te crees que es como un arco del triunfo de los que como si fuese un emperador romano se levantó a sí mismo Jesús Gil en Marbella, con el nombre de la ciudad encima. Lo normal es que esos arcos de triunfo (de triunfo del despilfarro en nombre de la ecología) tuvieran letras en plan Marbella, dando la bienvenida: «Matalascañas». Pero no: son para que pasen por allí arriba los linces. Y usted se preguntará:

—¿Y cómo saben los joíos linces que tienen que pasar por allí y no por otro sitio? ¿Hay un guardia que les pone multas si no cruzan por el paso de cebra, digo, de lince? ¿Quién los enseña a cruzar la carretera por donde deben y no por donde los puede pillar un coche, en plan peatón suicida nocturno sevillano?

Eso mismito digo yo cada vez que voy camino de mi apartamento-palacio en la que los almonteños llaman «La Playa» por antonomasia y paso por debajo del dichoso puente de los linces. ¿Quién ha visto pasar un lince por ese paso elevado? ¿Quién lo ha retratado o le ha hecho un vídeo y lo ha subido a You Tube? Pues nada: la dictadura de la ecología dice que todo lo que nos gastemos en linces es poco. Y a las cataratas de los mayores, y a las hernias de los señores, y a las amígdalas de los niños, que les vayan dando...

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