LA ALBERCA

La Virgen de madera

Mucha gente cree en esa Virgen que desprecia Iglesias, presunto representante de la gente

Alberto García Reyes

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El mesías que se engreía de vivir en Vallecas, con el pueblo, y ha acabado comprándose un chalé en Galapagar, con la casta, ha contestado a las críticas del alcalde de Cádiz con un reproche tiránico: «Lo apoyé cuando le dio una medalla a una virgen de madera». Estos representantes de «La Gente» viven en una estomagante contradicción de sí mismos y se han convertido en sus propias víctimas. Porque no se puede estar del lado de la gente y ofenderla al mismo tiempo. No se puede estar del lado de la tolerancia con intransigencia a la vez. No se puede ser demócrata y vilipendiar las creencias de los demás. Lo digo con más rotundidad: Podemos practica la versión moderna del despotismo ilustrado mientras vende el principio rousseauniano de soberanía popular. De boquilla, sus líderes niegan el progreso natural, las legítimas aspiraciones de las personas a mejorar. Defienden la austeridad y el igualitarismo bajo rasante como el modelo más justo y equitativo. El empoderamiento del pueblo es su anzuelo perverso para pescar votos. Pero en la práctica, «La Gente» es una mera herramienta para mejorar su estatus o su vanidad, depende del personaje. Por eso el debate recriminatorio entre Kichi y Pablo Iglesias es una oda a la más burda demagogia en su acepción aristotélica. Según el filósofo griego, la demagogia es la corrupción de la democracia que consiste en apelar a prejuicios, emociones, miedos y anhelos del pueblo para ganar apoyo popular. El alcalde de Cádiz la practica pregonando una impostada frugalidad de vecino del barrio de la Viña que se deja el pellejo por sus hermanos, aunque eso suponga apoyar la construcción en sus astilleros de cinco buques de guerra para la dictadura islámica de Arabia Saudí. Ahora resulta que va a venir a darnos lecciones de caridad el líder de un partido que apoya las críticas a la Madre Teresa de Calcuta.

Pablo Iglesias, que tiene pinta de ser más vivo, practica la demagogia por su vertiente más materialista. Propugna la igualdad con los de abajo mientras hace todo lo posible por salir de abajo. Ese es su verdadero pecado. Lo malo no es que quiera tener una vida cada vez mejor porque esa es la esencia de la condición humana. Lo malo es que ha injuriado a quienes tenían una vida mejor antes que él, los ha maltratado públicamente aprovechándose de los prejuicios y miedos de la clase más desfavorecida. Lo que han hecho Iglesias y su pareja, Irene Montero, es exaltar la pobreza, rendirle culto, que es el gran complejo identitario de la izquierda resentida. Son ellos mismos los que, para lavarse la conciencia, apelan desde el porche de sus chalés, legítimamente adquiridos, a sus raíces humildes para acreditar su pedigrí. Pero nuestra sociedad está atestada de eminencias procedentes de familias pobres. Eso no es ningún mérito exclusivo de los populistas. Como tampoco lo es la solidaridad. Por eso Iglesias no entiende que quienes veneran a la «virgen de madera» de Cádiz son también personas, gente, el pueblo. No son la casta. Son ciudadanos que creen en Ella mucho más que en los salvapatrias.

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