LA ALBERCA

Piropos y pamplinas

La campaña de la Junta contra los piropos a las mujeres es un insulto al sentido común

Una mujer pasa por delante de un grupo de hombre por la calle ABC
Alberto García Reyes

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El victimismo es una perturbación que distorsiona cualquier debate sosegado. Por eso a la política superficial que practican ahora tantos iluminados le conviene iniciar todos los diálogos ideológicos a partir de la posición exagerada del damnificado. Y en el complejo drama de la violencia machista, la izquierda de cartón piedra está provocando una deformación social que va camino de la comedia. La última ocurrencia de la Junta de Andalucía es una buena muestra de este naufragio. En una campaña publicitaria que ha debido costarnos un pico quieren convencernos de que los piropos a las mujeres son una forma de violencia de género. Pero en su labor de concienciación, que bien está, han rebasado la línea del sentido común. Sobre todo porque el feminismo insurgente trata de implantar el mantra de que todos los hombres somos iguales. Y eso es una aberración insoportable. Hay hombres repugnantes que maltratan a sus parejas, hombres execrables que violan, hombres depravados que utilizan su situación de poder para acosar a mujeres, hombres que intimidan a chicas diciéndoles borderías soeces por la calle y hombres que no entienden el significado de la palabra no. A todos ellos hay que perseguirlos socialmente, no sólo a través de la ley, para consolidar la igualdad de la mujer como uno de los grandes avances de nuestra era. Pero cuidado con criminalizar al género masculino. Porque no todos los hombres somos así. Y no por eso tenemos que renunciar a nuestro comportamiento natural. Porque como esto siga por el camino que va, ligar va a terminar siendo delito. El límite está donde está la lógica, no donde diga el victimismo. ¿O acaso un soltero no puede cortejar a una mujer o mirarla si le parece atractiva?

Empiezo a sospechar que este pamplinismo político va a acabar provocando las protestas de quienes menos se esperan las feministas: de las propias mujeres. Porque el acoso ideológico que estamos sufriendo los hombres con este tipo de campañas absurdas nos está provocando miedo. Y llegará el día en que serán ellas las que nos reclamarán que las rondemos, hartas de esperar miradas que nunca llegan. Veremos el día en que estará prohibida la literatura romántica, el verso erótico, el arte del amor. Se empieza por prohibir los piropos callejeros y se termina por censurar a poetas que les dicen apasionadas confesiones a sus amadas. Me juego todo lo que tengo a que alguna feminista iletrada propone la revisión del Quijote porque Dulcinea tiene un papel de sumisa. No valdrán los poemas de Juan Ramón a Zenobia. Y menos aún los de Miguel Hernández a Josefina, porque representan el heteropatriarcado y el sometimiento de la mujer a la supremacía masculina en tanto que es ella la que amamanta a su hijo comiendo sólo cebolla mientras el padre está por ahí.

Nos hemos vuelto locos y a lo mejor ya no tenemos remedio. Pero me niego a comulgar con ruedas de molino y no pienso pedir perdón por la barbaridad que voy a confesar a continuación: me gustan las mujeres. ¿Puedo ir a la cárcel?

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