Manuel Contreras - PUNTADAS SIN HILO

Móvil

El móvil se ha convertido en Eldorado de los menores, el pilar sobre el que asientan su rol social

Manuel Contreras
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El reciente caso de Almería en el que la Fiscalía abrió diligencias contra una madre por haber arrebatado el móvil a su hijo supone un vesania que sintetiza dos graves problemas de nuestra sociedad: por un lado, una crisis de valores que permite a un chaval denunciar a su madre como si fuera una delincuente por intentar imponer algo de disciplina; por otro, una crisis del sistema, que ejerce un grotesco hiperproteccionismo que encanalla a los jóvenes. Ambos problemas están interrelacionados y se retroalimentan; el niño pierde el respeto a sus padres porque se siente avalado por el sistema y el sistema respalda al niño porque se disipa el respeto a la autoridad, en la casa y en el colegio.

Episodios como el incidente doméstico de Almería se perciben como anécdotas extravagantes, pero se trata más bien de la sintomatología de una enfermedad de fondo. Y si hablamos de una afección social, el móvil es su virus patológico.

El móvil ha cambiado a los menores más que cualquier juguete de la historia. Ha modificado su desarrollo social y emocional, su forma de expresión, su jerarquía de valores y, según afirman algunos científicos, incluso la maduración cognitiva. El móvil se ha convertido, en cualquier caso, en eldorado de los menores, el pilar sobre el que asientan su rol social. Es su principal código identitario —que ejercen mostrando selfies en redes sociales— y el salvoconducto que les permite acceder al espacio común en el que ansían figurar. Es difícil encontrar en mi generación un objeto comparable a lo que hoy supone la posesión del móvil; quizás tener una moto, un objeto que posicionaba socialmente y atribuía un cierto perfil de madurez e independencia. Pero la moto tenía dos limitaciones: la edad, ya que no se podía conducir antes de los 16 años, y una cierta inaccesibilidad, ya que la mayoría de nosotros nunca llegamos a poseerla.

El teléfono móvil es diferente. El acceso es cada vez más temprano —la Policía ha tenido que convocar una rueda de prensa esta semana para pedir que no sea el regalo estrella... ¡en las primeras comuniones!— y prácticamente universal. Es difícil encontrar hoy a menores de doce o trece años que no tengan móvil, y los padres que se resistan a esta tendencia se arriesgan a convertir a sus vástagos en apestados escolares. El sueño del móvil, prematuramente cumplido, ha provocado que los niños vayan perdiendo la capacidad de tolerar la frustración, que los psicólogos consideran como la facultad clave para desarrollar la inteligencia y la felicidad. Se sienten respaldados en sus derechos y relajados en sus obligaciones en una sociedad que tolera mal el llanto infantil, aunque sea provechoso. La consecuencia final de tanta condescendencia es una subversión de valores en la que el móvil se sitúa por encima de la autoridad materna, lo que acaba con situaciones como la de Almería. Allí, al menos, la Justicia dio la razón a la madre. En su universo juvenil, el menor habrá comunicado la sentencia a sus amigos con un selfie cariacontecido y un emoticono :-((

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