TRAMPANTOJOS

La era de los ancianos airados

Las protestas de los jubilados por sus pensiones muestran la fuerza de una generación llena de rebeldía

Jubilados manifestándose por sus pensiones EFE/JAVIER LIZÓN
Eva Díaz Pérez

Esta funcionalidad es sólo para registrados

Ahí están, llenando las calles, protestando por sus derechos (y los de todos), acerando el sarcasmo, cuestionando lo que se intenta imponer como natural, sospechando del poder, caminando contracorriente. En una época de dictaduras de la juvenilia alegra este triunfo de la veteranía. Ahora, cuando la obsolescencia programada domina el corazón de la máquina, salen los ancianos de la tribu a plantar la bandera de la larga experiencia.

Los vemos luchar por las pensiones, pero también gritar contra un modelo de sociedad que ha ido colando injusticias con disfraces de normalidad. Admirables ancianos rebeldes que dan lecciones de ciudadanía a tantos jóvenes estabulados. Veteranos que saben lo que es la dignidad nos advierten de las engañosas luces del consumo, del vacío del presentismo.

Son como los «angry young men», los jóvenes airados de aquel teatro inglés de mediados del siglo XX que criticaban las desigualdades sociales en la feroz Inglaterra postindustrial. Ahora son los ancianos airados los que se han levantado contra las actuales tiranías disimuladas de asepsia y presunta modernidad.

Protestan, denuncian, critican, cuestionan, hacen preguntas incómodas y llevan bajo el brazo el «De senectute» de Cicerón porque saben que la vejez es algo honorable cuando se defiende con dignidad. Están hartos de muchas cosas: de que los traten como a niños y de que se les intente apartar como si fueran trastos. No quieren habitar en los desvanes sino en el ágora de la polis.

Frente al bobo adanismo que campea por el siglo, ellos dan consejos que tienen la raíz nutrida de vida. Advierten porque saben. Y muestran con orgullo el mapa de geografías de sus arrugas, que son como los senderos por los que ha transitado el tiempo.

Es a ellos a los que se ve en los teatros, en las librerías, en las sesiones de cine de autor, en las conferencias. Los jubilados llenan las aulas de la experiencia, las universidades para mayores, los cursos en los que se va a gozar del placer de aprender porque sí, sin que valgan créditos, másteres ni títulos postizos. Por sus venas sigue corriendo la curiosidad, la sorpresa y el asombro.

España parece haberse declarado como uno de esos países que no son para viejos, pero sus ancianos están dando un ejemplo de sabiduría y arrojo. Quizás lo que necesita este mundo frívolo y olvidadizo sea convertirse en una gerontocracia donde el valor esté en la memoria y la experiencia.

Comentarios
0
Comparte esta noticia por correo electrónico

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Reporta un error en esta noticia

*Campos obligatorios

Algunos campos contienen errores

Tu mensaje se ha enviado con éxito

Muchas gracias por tu participación