HOJA ROJA

Ha llegado una carta

Que a nuestro alcalde le gustan mucho las cartas es algo que ya sabíamos desde hace tiempo

Yolanda Vallejo

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Que a nuestro alcalde le gustan mucho las cartas es algo que ya sabíamos desde hace tiempo, antes incluso de que fuese cartero del cambio y, junto a su pareja, le escribieran a su «querida tía Maricarmen» contándole cómo les había cambiado la vida. Que a mí me encantan las cartas del alcalde es algo que vengo repitiendo desde aquel trece de junio en el que me rendí ante el olor a pan recién hecho y aquellas cosas tan hermosas –«Si somos capaces de imaginarnos mejores, es que merecemos ser mejores»; desde entonces me lo repito mucho–, de su discurso de investidura. No lo digo con más intención de la que tiene, ni tampoco de la que usted le quiera encontrar; me gusta como escribe el alcalde, y no puedo –ni quiero– evitarlo. Yo también le escribí una carta aquel día de su investidura, aunque no sé si él la recuerda –esto de la correspondencia no correspondida es lo que tiene– en la que le pedía que fuese el alcalde de todos, incluso de los que no le habían votado –«Porque cuando el paro llama a la puerta no pregunta a quién se votó en las últimas elecciones», fue lo que él dijo–, y también le pedía que lo recordara de vez en cuando. Y de vez en cuando, me gusta pensar que le llegó mi carta y que la leyó con la misma atención que yo leo las suyas.

Porque como puede ver, nuestro alcalde y yo compartimos pulsión epistolar. Somos dados a la pluma, y no tenemos prejuicios a la hora de poner por escrito lo que pensamos. También yo le escribí a Juan Carlos Monedero hace ahora casi un año. Justo cuando nuestro alcalde le reía la gracia por aquel vídeo en el que el cofundador de Podemos se apañaba una maletita con una barra de pan, un pero, unas gafas de bucear, un ajedrez, una guitarra y un libro de Engels para «bajar a Cádiz», ¿se acuerda?; no de mi carta, claro, sino de aquel vídeo bochornoso en el Monedero en tirantes imitaba –o eso parecía– nuestro acento para venir a lo que el llamaba «universidad», «¿Adónde vas, Monedero? Pues a la Universidad de Podemos en Cádiz». Arsa, arsa… qué gracioso, hijo. Bajaba a Cádiz, la mejor Alcaldía del cambio –según decía– como el que iba de misiones, a evangelizar al pueblo mísero y asilvestrado. Y aquí se le reía la gracia, no lo olvide. Porque durante un tiempo, fuimos algo así como terreno colonizado por «el cambio». Ellos, desde arriba, jaleaban a «Kishi» –lo de imitar el acento, nunca se les dio bien– e incluso lo aplaudían en temas supuestamente espinosos como la concesión de la medalla de oro de la ciudad a la Patrona de Cádiz. Si quiere, puede darse un paseíto por las hemerotecas virtuales, y encontrarse con el artículo ‘¡Ahí va, la Virgen!’ publicado en mayo de 2017- en el que Monedero hablaba de vírgenes de los pobres y de los ricos, con el desdén y la superioridad con los que suele manejarse por el mundo. En su artículo decía «No es lo mismo que los humildes celebren a la Virgen, en su mundo sin grandes esperanzas, a que la celebren los que cierran a los humildes sus esperanzas», que traducido resulta algo así como, está bien que los ignorantes y menesterosos estos del sur del sur, le pongan medallas a sus vírgenes, y está bien que uno de los nuestros los entretenga de esta manera.

El tiempo y la costumbre –O Tempora, o mores; tengo mejor latín que el cartel de Corpus– harían su trabajo y el amor, como cantaba La Más Grande, se rompe de tanto usarlo. Por eso, ante la provocación innecesaria del líder de Podemos y su casa de Galapagar, y ante la innecesaria consulta a las bases de la agrupación –no sé si el poder corrompe, pero oler, huele fatal– nuestro alcalde ha vuelto a escribir una carta. Y qué carta, por cierto.

Una carta que ha conseguido, además de ser Trending Topic –tanto Twitter y tanta opinión, disculpe, pero es que me puede mucho– lo que nunca pensé que conseguiría, poner de acuerdo a todos los ciudadanos, hasta a los que no le votaron, y eso dice mucho; no sé si del alcalde, pero sí de los gaditanos.

Porque al margen del estilo, mucho más cani que en otras ocasiones, quizá porque el destinatario así lo merece, demuestra que nuestro alcalde ha aprendido mucho más de lo que nos creíamos en estos casi tres años de mandato. Y al margen de la reiteración en el parentesco –hermano, compadre, primo– y de alguna sintaxis chirriante, pone de manifiesto que el alcalde no tiene reparos con la disciplina de partido ni con la obediencia jerárquica.

Eso sí, que le diga ahora que «Me quedé con ganas de decirte Juan Carlos que a la gente de Cádiz y de Andalucía nos molesta como una ardentía que imiten nuestro acento, que toqueteen nuestro arte con descuido, con malaje» me decepciona un poco. Sobre todo porque como el mismo primo del sur afirma «hay cosas que es mejor decirlas porque de no decirlas se enquistas y se vuelven cancerosas».

Por eso se lo digo, alcalde. Gracias por demostrar, al menos en esto, que la ciudad está por encima de las siglas. A ver si aprenden los demás. Los del chalet de Galapagar, los del gasto de representación -representación en gambas y cubatas- y los que siguen negando que el apellido corrupto es el más común entre la clase política.

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