Yolanda Vallejo - OPINIÓN

Exopolítica

Con tanta carta del alcalde, tanta conversación de besugo –el pescado, nos guste o no, está ya más que vendido– ...

Yolanda Vallejo
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Con tanta carta del alcalde, tanta conversación de besugo –el pescado, nos guste o no, está ya más que vendido–, y tanto vídeo lacrimógeno para conmemorar nuestro primer año de amor, tengo la sensación de que me estoy perdiendo muchas cosas. Es lo que tiene esta especie de ensimismamiento, que potencia el ombliguismo, y acaba uno por creer que lo único que ocurre es lo que le ocurre a uno mismo, y a su entorno más inmediato. La vida, decía un poeta muy rancio, es lo que pasa mientras estamos mirándonos al espejo. Pues eso. Veo una y otra vez el vídeo conmemorativo del año I del cambio, y tengo esa sensación extraña de que esta película ya ha la había visto antes, con otros colores y otras siglas y otros actores principales, eso sí.

En fin. No sabe uno si lo que se cuenta es lo que han hecho, lo que está por hacer, o simplemente es una promoción electoral para las próximas elecciones. No lo sé, ya le digo que tengo la absoluta certeza de que me estoy perdiendo muchas cosas.

Me perdí, por ejemplo, la presentación del programa oficial de actos del Corpus, presidida por un concejal que llevaba un look tan casual, que lo mismo servía para esto, que para irse directamente a la cama –limpio, sí, pero extraño, también– y con un aire tan perdido que parecía haberse equivocado de puerta en el Ministerio del Tiempo. Me perdí, también, la reunión del Grupo de Trabajo sobre Peatonalización del Casco Histórico en plena calle –como debe ser– y eso que me parecía de lo más interesante, por el tema, por el café, por el té y por las galletas; bien que lo lamento, si llego a asistir, habríamos sido nueve, más o menos. Y me perdí, al fin, el apasionante encuentro sobre Política, Geopolítica y Exopolítica que se celebró en la Fundación de la Mujer y que tenía, además de unos ponentes estupendos, el atractivo de la gratuidad, «aunque se acepta una aportación voluntaria». Lo de la política y la geopolítica no resulta tan novedoso como aventuraba el programa, claro que si uno baja al barro y se detiene en la ponencia del ciberactivista Karlos Puest, sobre los ‘chemstrails’, se empiezan a comprender determinadas cosas. Los chemstrails, ya lo sabe, son esos surcos que dejan los aviones en el cielo y que, al parecer, ni son tan hermosos, ni son tan inofensivos como pudiera parecer, sino que responden a un plan orquestado para reducir a la población humana, un plan de eugénesis controlado por los poderosos de la Tierra. Muy bonito, sí señor, y me lo perdí; como también me perdí la conferencia del activista contra el Nuevo Orden Mundial, Manuel Alexis González.

Ahora bien, lo que no me perdono, es haberme perdido la tercera ponencia, la de Miguel Celades, director-fundador de los Congresos de Ciencia y Espíritu, y experto en exopolítica, que no es otra cosa que la interacción entre las posibles civilizaciones extraterrestres y la civilización humana en la Tierra. Porque a veces, cuando buscamos explicaciones a las cosas que ocurren y no las encontramos, la respuesta es que, quizá no estamos buscando correctamente. Exopolítica se llama, no lo olvide. Tanto que nos reíamos del «encuentro interplanetario» de Leire Pajín o de la Alianza de Civilizaciones de Bibiana Aído –¿qué habrá sido de ella, por cierto?– y al final, resulta que no iba tan descaminada la ministra. No lo sabíamos, pero la exopolítica es como para no perderla de vista.

Están entre nosotros, los marcianos. Yo ya había intuido algo, e incluso me aventuro a decir que podría reconocer a alguno en algún despacho o en algún pasillo, incluso en algún programa de televisión. Marcianos totales. Gentes de otro mundo, infiltrados en este. Ya lo sé. Usted también conoce a unos cuantos. Los que nos criamos en los ochenta sabemos mucho de exopolítica; no en vano, tuvimos nuestro propio curso de especialización en V, aquella serie en la que la malísima Diana –que venía del planeta Sirio- se comía los ratones como si fueran caracoles, mientras el guapísimo Donovan se infiltraba entre ellos para desvelar su secreto. Los extraterrestres están entre nosotros, aunque no lo sabíamos.

Aún así, andaré con cuidado, no vaya a ser que con esto de buscar marcianos, lo mismo hasta me pierdo la procesión del Corpus –me puede mucho, pero procuraré no hacer exopolítica mientras la veo–, la primera del cambio, aunque mucho me temo que el cambio solo se notará en el aplausímetro de la calle Nueva, porque nuestro Ayuntamiento, afortunadamente,–y a pesar de no conocer demasiado la historia de la ciudad– ha demostrado tener más de dos luces a la hora de organizar una fiesta que, teniendo un origen religioso, forma parte de la tradición y de la historia de Cádiz. Y aunque el concejal de Fiestas también parece de Ganímedes –impagables sus declaraciones «¿en qué nave tenemos guardada la custodia?»–, lo cortés no quita lo valiente, dice el refrán; o lo que es lo mismo, no es conveniente mezclar la churras con las merinas, ni a los marcianos con los terrícolas.

De esas relaciones no sale nunca nada bueno, se lo aseguro.

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