Yolanda Vallejo - OPINIÓN

Los desintereses creados

«La democracia puede romperse cuando nos entregamos al miedo», aseguraba el presidente saliente en su discurso de despedida

Yolanda Vallejo
CÁDIZ Actualizado: Guardar
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Hace ocho años, lo más cercano a un presidente negro en la Casa Blanca que habíamos imaginado se llamaba Morgan Freeman, y aparecía en pantalla para despedirse apocalípticamente de su pueblo –era una ola, o un meteorito, o un armagedon lo que iba a tragarse a los Estados Unidos– con los ojos empañados en lágrimas, y un entrecortado ‘God save América’ que a todos nos ponía los pelos de punta. No es más que cine, decíamos entonces, por más que Luis Eduardo Aute –por momentos, me pongo de un antiguo que hasta yo misma me asombro– nos había cantado aquello de «que todo en la vida es cine». La realidad, también nos lo habían dicho, supera siempre a la ficción.

Por eso, el discurso del pasado martes de Obama, un presidente negro en la Casa Blanca, despidiéndose casi apocalípticamente de su pueblo, con los ojos empañados en lágrimas porque un tsunami, o un huracán –léase Donald Trump– va a tragarse a los Estados Unidos, nos ha puesto también los pelos de punta.

Lo de Obama era demasiado bueno para ser cierto. Y no tanto por sus maneras políticas, sino por lo que representaba para la sociedad occidental que un miembro de la comunidad afroamericana ocupara el sillón de Lincoln. Era, como si de pronto, hubiésemos dado un paso de gigante en el pantanoso camino de la corrección política, como si de pronto, hubiésemos crecido como Alicia en el país de las maravillas. Lo que le digo, demasiado bueno para ser cierto.

Porque por mucho que el presidente recordara en su emotivo discurso que «Yes we can, yes we did» la realidad siempre se impone, y de qué manera. El presidente que el próximo viernes jurará su cargo ante el mundo nos va a colocar –y digo nos, por aquello del efecto mariposa– casi en la casilla de salida. Me consuela pensar que la evolución es lo que tiene, un pasito pa’lante y dos pasitos p’atrás; aquello del movimiento del gusano, y no me malinterprete aún por lo de gusano, que nos quedan cuatro años para comprobar si, efectivamente, es tan fiero el león como lo pintan. La involución forma parte de la revolución y ojalá que de esta, salgamos reforzados, o al menos, escarmentados.

De momento, el presidente Trump tiene malas maneras, malas compañías y malas ideas –ideas malas, entiéndame–. Pero está al frente del país más poderoso del planeta y por mucho que lo ignoremos, de él depende prácticamente el futuro. Si cunde su ejemplo, como ya está cundiendo –porque no hay que perder de vista que las visitas a la torre Trump de los últimos días, no son precisamente para hacer turismo– solo nos quedará el consuelo de que «sí, lo hicimos», aunque nos sirvió de poco. Tal vez porque el miedo también forma parte de la naturaleza humana y produce una parálisis mayor de lo que creemos.

Al fin y al cabo, es muy fácil instituir el miedo en la sociedad, mucho más en una sociedad inestable y perdida como la nuestra. «Más peligroso que un coche bomba o un misil es el miedo al cambio; el temor a las personas que hablan o rezan de manera diferente, la intolerancia ante la disidencia y el pensamiento libre», advertía Obama en su discurso de despedida. Ese, y no otro, es el argumento que manejan los totalitarismos, sean de la ideología que sean, «la democracia puede romperse cuando nos entregamos al miedo» decía el todavía presidente norteamericano; porque el objetivo es otro, infundir el miedo entre la población, promover la desconfianza, provocar la inseguridad. «Divide et vinces», que decían los romanos, que para esto de dominar el mundo eran únicos.

Y así estamos. Por Gran Bretaña ha empezado la fractura, y seguro que por esa grieta alguien más se escapa; o alguien más nos entra, disfrazado de salvapatrias. La crisis económica ha producido una crisis social que tiene peor solución. Refugiados, desplazados, inmigrantes, campamentos humanos cubiertos por la nieve, cubiertos por la frialdad del desprecio de quien se cree a salvo por estar al otro lado de la valla. Demasiada ficción para ser real. Una película que, desgraciadamente, hemos visto muchas veces.

Será porque el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, o será que esta piedra es demasiado grande como para moverla y seguir el camino. El caso es que el discurso de Obama sabía a derrota, a «dignidad española», a desilusión, a eso mismo que él dijo «sí, hicimos»… Lo que pudimos.

También por aquí lo hicimos. Llevados por la euforia del voluntarismo del «we can», nos contagiamos de un Podemos que, al final, no ha podido tanto. Después de año y medio, la ciudad se ha parado en la casilla número 42; y ya se sabe, del laberinto, al 30, y el 31 es el pozo en el que nadie quiere caer. Lo de los «desintereses creados» y la mano negra que todo lo boicotea, va sonando a discurso de despedida; tal vez la moción de censura se perfile como una válvula de escape para tanta presión innecesaria. Y al final, solo nos quedará el sabor amargo de lo que pudo haber sido y no fue.

Lo de Obama fue un sueño, lo de aquí lleva camino de pesadilla.

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