Ceguera

Tras ver el documental Un mundo sin trabajo, me quedé con la duda de no saber qué me admira más en el ser humano

Ramón Pérez

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Después de ver anoche el documental de TVE Un mundo sin trabajo, me quedé con la duda de no saber qué me admira más en el ser humano. Si su capacidad de desarrollo tecnológico para afrontar los retos venideros, o su más absoluta ceguera respecto a ese mismo futuro.

En el citado documental, expertos en diferentes campos de investigación pronosticaban que el desarrollo tecnológico, especialmente en robótica e informática, se convertiría en vuelta de pocos años una seria amenaza para el empleo a nivel planetario. Conductores de vehículos pesados, taxistas, empleados de banca o personal de supermercados, solo por citar unos ejemplos, perderían sus fuentes de ingresos debido a su sustitución por sistemas autónomos de conducción sin conductor y por la atención robotizada en muchas áreas de nuestras necesidades cotidianas.

Muy pronto las mercancías viajarán por nuestras carreteras en camiones de gran tonelaje sin llevar a nadie al volante. En cualquier sucursal bancaria, en oficinas donde no veremos ningún empleado humano, a través de la pantalla de un ordenador nos atenderá una simpática señorita, tras cuyo hermoso rostro se esconderá un engendro cibernético capaz no sólo de concedernos un crédito hipotecario, sino incluso de empatizar con nuestros propios sentimientos. Cuesta mucho creer que estos progresos vayan a contribuir a un mayor bienestar del hombre, con una importante reducción en sus horarios de trabajo y el incremento proporcional del tiempo de ocio. Más bien me inclino por pensar que el desempleo se va a convertir en una plaga mundial cuando la nueva revolución tecnológica arrase con la mayoría de las ocupaciones actuales.

Universidades, centros privados de investigación y una legión de ingenieros y expertos en programación, alentados por la inyección de capital de los grupos financieros interesados en estos desarrollos, trabajan a diario en esta empresa de destrucción del futuro laboral de los hombres. A eso me refería con la ceguera. Nunca podremos saber hacia dónde vamos. Hagamos o dejemos de hacer, jamás podremos predecir qué nos deparará el futuro. Pero una cosa es segura: de aquí a unos años en este planeta va a sobrar mucha gente.

Según las últimas estadísticas sobre población mundial que he tenido ocasión de consultar, las previsiones de crecimiento para este fin de este siglo arroja una cifra que, de mantenerse la progresión actual, podría situarse en torno a los doce mil millones de habitantes. No veo que en esos cálculos se haya tenido en cuenta esta mecanización del trabajo, pues resulta cuando menos complicado imaginar un paisaje humano donde sólo un diez por ciento de gente con conocimientos muy especializados tenga un empleo y el resto se dedique simplemente consumir mientras mantienen sus brazos cruzados. Supermercados, empresas de transportes y entidades bancarias estarán encantados con estas reducciones en nóminas, pero ¿quién acudirá entonces a comprar o a solicitar un crédito cuando tan solo unos pocos posean el raro privilegio de disfrutar de un sueldo?

Tengo muy empañada mi bola de cristal, pero me temo que esto nos aboca a un panorama futuro donde nuestra actual organización social acabará siendo devastada. Lo que venga a sustituirla es difícil de imaginar. Pues pensar en una humanidad capaz de sostener este ritmo de crecimiento económico basado en el consumo y el desarrollo técnico, con una reducción catastrófica de la población por falta de actividad laboral no parece tener mucho sentido. Quizás la desaparición de nuestra especie sea la ansiada solución que, para su propia preservación, encuentre el resto de la vida animal en la Tierra.

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