Montiel de Arnáiz

Acabó el Carnaval

Acabó el Carnaval y empezó el festival laico de la Cuaresma en un país extraño y complejo donde la realidad sufraga la ficción con fondos reservados

Montiel de Arnáiz
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Acabó el Carnaval y empezó el festival laico de la Cuaresma en un país extraño y complejo donde la realidad sufraga la ficción con fondos reservados, un mundo distópico en el que los fiscales de guardia absuelven a las ricas acusadas y los políticos travestidos de jueces defienden a sus jefes, un lugar en el que la jerarquía y el asiento se negocian en la cama y en donde tipos respetables ciñen navaja en la trasera y delincuentes de salón usan su sedosa corbata para limpiar la mesa –tú el pronto, yo amaño– de la timba de póker que ha resultado ser la transición.

En España asistimos al espectáculo circense nuestro de cada día: peritos de la postergación con mando en plaza ejercen su oficio temporal con ahínco y debilidad, fingiendo no fingir, provocando que los aprovechados hagan honor a su nombre e intenten hacer suyo su sayo (esto es, no una capa sino –Susayo– el nombre de una geisha).

Aprovechados, claro, adalides hermafroditas, pues qué son si no dos ex barandas de autonomía egoísta que estudian cómo fugarse de una cárcel etérea sin entrar en otra física. Y encima, todos nosotros –espectadores del ridículo desaguisado que resulta la huida hacia levante– aprobamos la oposición de testigo para cerciorarnos de que el que explica el libro de estilo de la democracia es un espantajo hecho de paja y almizcle, un ser sin alma que fue condenado por terrorista. La moraleja española: el lobo guardando las ovejas.

Decimos que acabó el Carnaval y comenzaron el vía crucis; nos llueven en el rostro las tristísimas primaveras. Hemos llorado a dos pequeños, los niños asesinados. Dice su «padre» que Bretón se transubstanció en Alemania para teñir de sangre nuestra esperanza en la bondad in natura. La muerte de dos alevines resulta una espeluznante revisión de los clásicos, como clásicos se están convirtiendo los lamentables ejercicios de cobardía y vileza que llaman feminicidios. Mueren mujeres muertas de asesinato. ¿Acaso estamos volviéndonos locos observando el nefando actuar de esos infames que cada vez son más y más asesinos? ¿Compramos piedad para los malditos en este país eutanásico en el que una ley injusta provoca precisamente aquello que pretende evitar? Acabó el Carnaval, sí, pero justo cuando más lo necesitábamos.

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