Editorial ABC

El PSOE vuela los puentes

A los militantes del PSOE no les ha imporado que Sánchez sea el peor dirigente del partido en cuanto a resultados electorales. Sánchez no les ofrecía ganar, sino echar al PP

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Los militantes del PSOE han vuelto a confiar la Secretaría General a Pedro Sánchez. Una elección interna con consecuencias políticas a nivel nacional, porque es un resultado que despliega sus efectos en varios frentes. La alta participación legitima la victoria de Sánchez y pone en jaque al aparato del partido, que había confiado en la victoria de Susana Díaz, la gran derrotada de ayer. Sánchez, beneficiado por una espectacular movilización de las bases socialistas, sólo ha perdido frente a Díaz en Andalucía. También en el País Vasco, feudo de Patxi López. Especialmente contundente ha sido la victoria de Sánchez en Cataluña, destinataria de su confusa y peligrosa apuesta por la pluranacionalidad de España. En definitiva, los militantes socialistas han roto por el eje la relación con la dirección de los barones y de la gestora que preside el asturiano Javier Fernández, otro derrotado que tiene que tragar la victoria de Sánchez en su propio terreno.

Las razones de este resultado se sitúan en la subestimación de las posibilidades de Pedro Sánchez. Susana Díaz se incorporó tarde a la pre campaña de las primarias y lo hizo con el exceso de confianza que le propició el apoyo del PSOE tradicional, que cada día dice menos a sus militantes. La corta diferencia entre sus avales y los de Sánchez fue un aviso de que entre su discurso y la militancia había falta de fluidez, porque había falta de mensaje político claro.

Sánchez no se anduvo con sutilezas y sí abanderó una opción. Enardeció a los militantes con el estímulo visceral que nunca falla en la izquierda: la aversión a la derecha. A los militantes del PSOE no les ha importado que Sánchez sea el peor dirigente del partido en cuanto a resultados electorales. Sánchez no les ofrecía ganar, sino echar al PP, porque son cosas distintas. Cuando pudo hacerlo, ni hizo una cosa ni otra y el PSOE sigue teniendo hoy en el Congreso de los Diputados el mismo pobre resultado de las pasadas elecciones: 85 escaños.

El PSOE sigue en crisis porque está polarizado, aunque la victoria de Sánchez es clara y pondrá sordina durante un tiempo a los resentimientos. Eso sí, tendrá un impacto imparable en la dirección del partido y del grupo parlamentario. Por lo pronto, su portavoz en el Congreso de los Diputados, Antonio Hernando, presentó ayer su dimisión. No será la única, porque Sánchez y Díaz representaban opciones incompatibles. La izquierda depura sin contemplaciones a los perdedores, como bien sabe Errejón. Susana Díaz y sus seguidores no estarán en condiciones de presentar más batalla frente a Pedro Sánchez hasta que el deterioro del PSOE vuelva a coger intensidad. Que lo hará, porque el nicho electoral de Pedro Sánchez está delimitado por dos elecciones generales.

Obviamente, la reorientación del PSOE supondrá el punto final a la política de oposición constructiva con el Gobierno. El objetivo de echar a Rajoy –así de simplemente formulado– va a justificar cualquier medio, porque esto, y no otra cosa, es lo que han votado los más de 67.000 militantes que han dado su respaldo a Sánchez. Todo valdrá contra el PP, desde formar con Podemos un frente de izquierda radical a retomar con los nacionalistas la fórmula del Tinell. Sánchez ha dejado abiertos los caminos que llevan a lo peor del zapaterismo, por más que ahora su padre político, Zapatero, apoyara a Susana Díaz. Puede decirse que ayer ganó el PSOE visceral, el que fue radicalizado por Zapatero en la cultura de la revancha histórica, de la impugnación de la Transición y del pacto constituyente, del intervencionismo social y del pacto con los separatistas. Reconducir a esta militancia al aprecio por los valores de la política de pacto con la derecha ha sido imposible. La división social está servida.

Por eso, la expectativa que se abre en la política española no es buena, porque Sánchez secundará en gran medida la política de Podemos de llevar a la calle lo que no logren en el Parlamento. El acoso judicial que sufre el PP por los casos de corrupción es una plataforma inmejorable para que la oposición de izquierdas lance sus mensajes de deslegitimación contra el Gobierno de Rajoy. A partir de ahora, al Gobierno se le ha acabado la interlocución civilizada con el PSOE y va a tener que hacer algo más que contemporizar con los acontecimientos. Habrá de fortalecer su presencia pública, mejorar su discurso y aumentar su habilidad pactista. En definitiva, ya no valdrá ver la discordia interna del PSOE desde la barrera, porque aunque este partido haya quedado herido, hay un vencedor que impondrá mano de hierro. Al PP le tocará hacer mucha más política y asumir con más intensidad y compromiso el debate ideológico que ha relegado en los últimos años. Y, sobre todo, aguantar la legislatura hasta el límite de lo razonable.

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