El muro de Delft

Se nos escapan los matices que nos puede aportar una visión distinta de la realidad

Pedro García Cuartango

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Marcel Proust narra en La prisionera, la quinta entrega de La Recherche , el episodio de la muerte del escritor Bergotte, que fallece mientras contempla un detalle apenas visible, un muro amarillo, de Vista de Delft , el cuadro de Vermeer.

Dicen que la anécdota es autobiográfica porque Proust, que se hallaba enfermo, acudió a una exposición de Vermeer en París y sintió una angustia irrefrenable al contemplar la obra del pintor holandés.

No es casualidad que en la misma época que Vermeer producía a destajo para mantener a su mujer y su numerosa familia -procreó quince hijos-, Antonio van Leeuwenhock construía el primer microscopio en una buhardilla a unos centenares de metros de la casa del artista.

Como narra Laura Snyder en El ojo del observador, un libro recientemente aparecido, la mirada de Vermeer sobre la realidad y el descubrimiento del óptico de Delft cambiaron nuestra visión del mundo, mostrándonos que existe un universo infinitamente pequeño que está fuera del alcance de nuestros sentidos.

Hay en la pintura de Vermeer una pasión por los detalles y una minuciosidad que confiere un profundo misterio a los objetos cotidianos, como podemos contemplar en la corteza del pan que el sol ilumina sobre la mesa o en el destello de perla en la oreja de la joven con la frente cubierta por un pañuelo azul.

Vermeer, que experimentaba con los efectos de la luz en una cámara oscura, nos mostró una nueva forma de ver las cosas. Por eso, entiendo la perplejidad de Bergotte al descubrir un matiz que no había percibido en un cuadro que había mirado en muchas ocasiones.

A los políticos y los periodistas nos sucede con frecuencia lo mismo: se nos escapan los matices que nos puede aportar una visión distinta de la realidad. Prima el espectáculo y la simplificación que la economía del lenguaje de las redes sociales y la televisión nos imponen. El medio media, como subrayaba el olvidado McLuhan .

La gran paradoja de la sociedad actual reside en que las cosas se tornan cada vez más complejas en contraposición a los mensajes que transmiten esos medios, que son cada vez más simples. Y ello convierte a la apariencia en engaño porque, como apuntaba Freud, la razón casi siempre habla en voz baja.

Decía el físico Richard Feynman que es posible que en el fondo de su corazón la naturaleza sea completamente asimétrica, pero que su complejidad nos acabe pareciendo simétrica. Tendemos a buscar certezas y evidencias allí donde reina el caos y el desorden porque el ser humano no resiste la incertidumbre.

Por decirlo con las palabras de Feynman, la historia y la política son asimétricas y, por eso, los acontecimientos son imprevisibles. Deberíamos ser más modestos y aceptar que, en buena medida, el azar gobierna nuestras vidas y que estamos a merced de cambios que no podemos controlar.

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