Gabriel Albiac

Iglesias ya es Perón

Ahora, Iglesias es Perón. Deberíamos meditar lo que eso significa

Gabriel Albiac
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El PP se las promete muy felices: en Podemos, ganó su candidato. Iglesias alzará un parapeto frente al PSOE. Y aguardará a que los socialistas queden lo bastante horadados como para que su clientela huya. Podemos pudo llegar al Gobierno, hace un año, dentro de la coalición que Pedro Sánchez les ofrecía. Hubiera sido una catástrofe mayor para España. Pero era realizable. Bastaba con sumar votos y negociar ministerios. No pienso que Iglesias sea tan estúpido –infantil sí, pero eso no es necesariamente sinónimo de estupidez– como para ignorar que las condiciones que imponía a su interlocutor eran inaceptables. Dejar en manos de los "venezolanos" la vicepresidencia, el Ministerio del Ejército y los Servicios de Inteligencia hubiera sido aceptar públicamente un golpe de Estado.

Chavista, por supuesto. Y ni siquiera una cabeza como la de Sánchez podía avenirse a eso.

¿Qué fue lo que movió a Iglesias –ante el enfado de Errejón– a volar los canales de acuerdo con el PSOE? Un cálculo arriesgado, pero no loco. Renunciaba al acceso inmediato a un poder compartido. Y, con él, a todas las palancas materiales y simbólicas que el poder tiene para perpetuarse. A cambio de eso, abría un proceso de erosión en el Partido Socialista, que él podía presumir que acarrearía su desmoronamiento total. Y la necesidad de que sus votantes buscasen un nuevo logotipo: el de la coleta. La llegada al poder podría entonces plantearse en condiciones de monopolio: el de la inconcreta –pero tan simbólicamente pesada– "izquierda"; el poder no se comparte. Entonces sí, un golpe de Estado serio sería eficaz. Con todo a su favor para triunfar al "estilo Chávez". Jugó a eso, ante el horror de los menos pueriles de los suyos: los que entendían la alarma que Errejón lanzaba. Ganó Iglesias, porque en un movimiento populista gana siempre el Jefe. Un movimiento populista no es más que una relación de intenso afecto al Jefe providencial. Hasta el sacrificio. Ahora, Iglesias es Perón. Deberíamos meditar lo que eso significa.

El PP se congratula. Ese triunfo de Iglesias trae tres dones preciosos: a) el PSOE queda enquistado y en riesgo de necrosis; b) ningún acuerdo podrá –una vez Errejón vencido– sellar uniones dentro de una "izquierda" antagónica; c) el PP se convierte, así, en única fuerza capaz de gobernar, sin que ni siquiera necesite la mayoría absoluta.

Es el cálculo que –en el ala opuesta– hizo Mitterrand en Francia con los de Le Pen: que crezcan y le coman clientela a la derecha; y todo debería ser beneficio para los socialistas. Sucedió al revés. Y hoy Le Pen está en las puertas de la Presidencia.

España vive las vísperas de un nuevo 1898. Más duro. La sedición de Cataluña va a enfrentar a la nación a la más grave caída en el vacío de su historia moderna. A eso, sólo podría hacerle frente un gobierno de unidad nacional, cuya viga maestra fuesen PP y socialistas. La destrucción del PSOE por Podemos quebraría esa última línea de defensa. No existe locura hoy más imperdonable.

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