Luis Ventoso

Frank Bascome

Luis Ventoso
Madrid Actualizado: Guardar
Enviar noticia por correo electrónico

Allí en Oviedo estaba un anglosajón que merecía el Nobel tras haber ido envejeciendo con las cuatro novelas de Frank Bascombe, que echó a andar en 1982, cuesta ver al escritor Richard Ford, con su flacura sonrosada de hidalgo gringo y sus ojillos azul-taladro, y no confundirlo con su personaje. Cuando lo observaba ayer en las pompas ovetenses, engalanado con su corbata lila, con ese porte endomingado que gastan ciertos americanos en los tiros largos, lo que me pedía el cuerpo era saber de inmediato qué rajaría Bascombe de todo aquello.

El viejo Frank puede ser profundo como una fosa abisal, pero nunca perdona la retranca, porque Ford sabe que en ciertas situaciones el humor cínico se convierte en el único abrelatas del entendimiento.Ford.

A sus 72 años lleva toda la vida con la misma mujer, Kristina, a la que dedica cada libro. Pero ha captado como pocos lo que suponen el desamor y la resaca de un divorcio, el vacío de esa extrañeza total frente al ser antaño imprescindible. Ford y Kristina no han tenido hijos. «Por eso sigo casado y por eso puedo ser escritor», bromea él (mintiendo). Pero leyendo las andanzas de Bascome sientes y entiendes cómo te desarbola la tragedia ingobernable de perder a un hijo. Literatura. Nada recuerdo de muchísimas chuminadas que leí con disfrute, pero podría reproducir en este instante en mi cabeza las sensaciones que me dejaron hace muchos años algunas escenas de Ford. Supongo que los premios Nobel de Literatura se crearon para bendecir ese tipo de alardes.

Lo de Bob fue estupendo, una magnífica humorada para festejar a un artista más ancho que la vida. La Academia Sueca siempre supo valorar un buen chiste: estando vivo Valle-Inclán, el segundo mejor escritor español (el primero es Cervantes y el tercero, Quevedo), van los suecos y en 1904 le plantan el Nobel de las Letras al manazas de don Pepe Echegaray. Ayer estaba en Oviedo un anglosajón que merecía el Nobel; con permiso de John Banville, claro, al que el propio Ford saluda como el mejor. Y con razón: como buen irlandés, Banville aporta el plus de una hermosísima prosa voladora, que el americano no posee, aunque a cambio resulte más verosímil.

Richard Ford es amigo de Mark Knopfler, que ya puestos, podría ganar el Nobel por los solos de «Sultans of Swing» y «Telegraph Road». A su vez, Mark es compinche de Bob, el Nobel al que los suecos no encuentran ni llamando a la Interpol (¡qué magistral jugada publicitaria!). Un día Dylan contrató a Knopfler para que le produjese un disco, «Infidels». Con la obra casi acabada, Knopfler tuvo que ausentarse unos días por unos bolos rápidos con Dire Straits por Alemania. Cuando retornó, Bob ya había rematado el disco. Lo había cambiado todo y había dado de baja una de las mejores canciones que jamás compuso, «Blind Willie McTell». Knopfler se ríe al recordarlo.

Bascombe meditaría socarronamente sobre los móviles dylanianos, con cálculos pecuniarios incluidos. Banville lo embrollaría todo, pero nos haría muy felices. Bob jamás explicó nada, por supuesto. Es el más listo de todos, por eso ha engatusado a los suecos, a los que tampoco hay por qué mitificar. Al fin y al cabo, no dejan de ser los inventores de las albóndigas de Ikea y la serie negra escandinava.

Ver los comentarios