Gabriel Albiac

El falsificador de sí mismo

Cuadros de grandes pintores del XX falsificados por uno de los pintores más grandes del XX

Gabriel Albiac
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Leo en ABC, antes de ayer, la documentada crónica de Jesús García Calero sobre «Fake», la exposición que el IVAM valenciano dedica a la falsificación en el arte. Y me viene, de inmediato, a la memoria la biografía inverosímil de Marcel Mariën, uno de los muy pocos que hicieron del surrealismo vida. Busco en mi biblioteca Le radeau de la mémoire, esa «Balsa de la memoria» que Mariën subtitula con la redundante acotación de «recuerdos determinados». ¿Qué recuerdo y, en el límite, qué realidad nos son dados sin determinación específica?

La balsa de la memoria es la invención de una vida: la de un tunante con descomunal talento y un finísimo sentido para la pintura. Y demasiado perezoso para hacer una obra.

Aunque lo bastante brillante para maquinar alguno de los fotomontajes más desasosegantes del siglo. Hace ya muchos años que yo quedé prendado de uno de ellos: el que, bajo la seca denominación De Sade a Lenin da la imagen de una mujer desnuda que apoya una hogaza sobre su seno izquierdo para cortar una rebanada; el cuchillo es captado en el instante exacto en el que va a pasar del pan a la carne. De Sade a Lenin levantó mi curiosidad por el personaje. Supe que fue el ideólogo de la más radical línea del surrealismo belga. Que fue amigo y cómplice de René Magritte en proyectos disparatados y en sonoras francachelas. Que escribió un panfleto que planificaba la revolución mundial en plazo máximo de un año… Finalmente, logré hacerme con un ejemplar de ese Radeau de la mémoire, cuyo secuestro legal había solicitado Georgette, la viuda de Magritte, en el momento de su publicación en 1983.

La denuncia argumentaba que Mariën se inmiscuía en la vida privada de la denunciante. Pero lo que hacía de esas memorias una bomba era otra cosa. 1942. Ambos, Magritte como Mariën, acusan las penurias económicas de los años de guerra. Alguien ofrece a Mariën una comisioncilla por colocar en Bélgica un falso Picasso. Mariën cuenta la historia a Magritte. «Y me propuso de inmediato hacer él las falsificaciones. Yo me dedicaría a vendérselas a los aficionados y ambos nos repartiríamos el beneficio en partes iguales. Así se hizo y, entre 1942 y 1946, vendí un número importante de dibujos y cuadros, atribuidos principalmente a Picasso, Braque y Chirico, todos ellos confeccionados por Magritte. Me sería difícil identificar hoy esa multitud de dibujos y de cuadros, porque, por supuesto, no guardamos fotos de ellos».

Mariën, que fue ante todo un inmenso falsificador de sí mismo, da un listado hilarante de los museos y colecciones que abrigarían cuadros de grandes pintores del XX falsificados por uno de los pintores más grandes del XX. Nadie quedó descontento. Y los que sospecharon, si los hubo, juzgaron más razonable guardar silencio: mejor no descapitalizar sus inversiones.

Mariën narra el paso siguiente de los dos amigos: falsificar papel moneda. Los billetes fueron detectados de inmediato. Y los artistas hubieron de poner tierra por medio. Hay cosas con las que no se juega.

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