Edurne Uriarte - Cosas mías

Las dos Españas

Puede que acabemos como los británicos con el Brexit, con los hechos consumados y arrepentidos

Edurne Uriarte
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La movilización proindependentista de la Diada ha sido ciertamente enorme, pero no debe hacernos olvidar el otro lado de este debate, el de los catalanes callados que no son independentistas y que ahora como siempre se han quedado en casa. Esas son las dos Españas a las que me refiero en relación con nuestro principal problema, el independentismo, la España movilizada y la silenciosa, una división que tiene el peculiar rasgo de que los movilizados son, en realidad, minoría, y los silenciosos son mayoría, relación numérica que tampoco permite mirar con mucha tranquilidad el futuro porque en política tienden a ganar los movilizados, no los silenciosos.

Ese futuro es bien incierto porque los silenciosos son mayoría en todas partes, también en el resto de España, no sólo en Cataluña y en el País Vasco, por mucho que parezca tan diferente la relación de fuerzas del debate en otros lugares.

Los independentistas salen todos a la calle en Cataluña y País Vasco. De los otros, la mayoría calla y sólo unos pocos manifiestan públicamente sus posiciones. Es la eterna historia del País Vasco y de Cataluña, con un independentismo que no ha pasado jamás del 30 por ciento y más bien ha estado alrededor del 25 por ciento, y con unas identidades plurales en ambas comunidades, con una clarísima mayoría que se siente española además de vasca o catalana, como muestran todas las encuestas de los últimos cuarenta años.

Pero los partidarios de la unidad nacional y de la Constitución en el resto de España, una abrumadora mayoría, también tienden a ser los más callados, cuando se plantea esta cuestión. Esto, lo de ser patriota, sentirte español y ser partidario de la unidad nacional, es como ser de derechas, uno puede serlo en España, pero sin decirlo muy alto, no vaya a ser que le llamen radical y provocador. Esto explica también en parte la apuesta independentista de la extrema izquierda, de Podemos, claramente alineada con el independentismo, en contra de quienes esperaban una posición de apoyo, aunque fuera tibio, a la unidad nacional. Pero nada de eso, como se han encargado de clarificar Pablo Iglesias y Ada Colau en los últimos días, y no sólo porque así ha sido con la extrema izquierda desde hace mucho tiempo, también porque Podemos sucumbe a lo que percibe como socialmente aceptable.

Una apuesta por la supresión del Estado de las Autonomías y la creación de un sistema centralista sería percibida como una provocación inaceptable y anticonstitucional y una posición extremista y reaccionaria. Y, por supuesto, suscitaría un enorme consenso político en favor de una aplicación estricta de la ley a quienes pretendieran imponer a la fuerza lo anterior. Pero lo otro, la ruptura de la unidad y a la fuerza, recibe la respuesta que ya conocemos. Silencio y escasa movilización en los ciudadanos, y dudas, reproches y división entre los partidos que defienden la unidad y la Constitución. Con la consecuencia de una Cataluña dominada por la movilización proindependentista en todos los espacios sociales y un País Vasco donde las encuestas auguran un demoledor descenso del apoyo a los partidos constitucionalistas en las elecciones del día 25.

A este paso, puede que acabemos como los británicos con el Brexit, con los hechos consumados y arrepentidos, porque todo el mundo quiso ser muy popular y siempre esperaron que alguien, los demás, se encargaría de imponer el sentido común antes del precipicio. Pero veremos cuántos de esos se siguen atreviendo a cuestionar el silencio dominante en esta atmósfera social.

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